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lunes, 12 de enero de 2015

Día 2.


Apenas el sol había comenzado a salir cuando el agua cayó sobre Xiel y le despertó de su sueño. Habría gritado y matado a alguien si no fuera porque Nash estaba sonriendo y sus ojos verdes atraparon al muchacho. Rápidamente se cubrió con las sábanas, preocupado de que pudiera dar la imagen de una mujer y que le descubrieran. No sabía qué hora era, pero el cielo aun estaba grisáceo y su cuerpo reclamaba un par más de horas de sueño por los menos.
Nash lo había encontrado divertido, reírse del mozo, hacerle la vida imposible y torturarle hasta que su padre lo enviara de nuevo al orfanato de donde había salido en un primer momento. Dejó el jarro de agua sobre la mesita y se dirigió a la puerta, abriéndola y mirando atrás.
–Tienes cinco minutos para preparar mi caballo –ordenó dando un portazo.
Xiel se había levantado confuso y maldiciendo, la luna estaba de nuevo ejerciendo su fuerza y tenía que mantenerse despierto a causa de que el niño pijo y mimado de esa casa quería montar a caballo antes de que siquiera los pobres animales se hubieran despertado. Casi corriendo se puso unos pantalones oscuros y se remetió la camisa blanca y holgada por ellos. Las botas fueron después, nunca había tenido un par así y le resultaron un tanto raras mientras colocaba su pelo frente al pequeño espejo en una de las paredes.
Cuando salió vio a Nash acariciar la cabeza de un caballo negro como la pez. Estaba relajado y se notaba en sus hombros caídos, en sus ojos semicerrados, en su sonrisa deslumbrante que hizo que Xiel casi se tropezara con un cubo de avena por no mirar donde pisaba. Provocó la risa nuevamente del muchacho, Nash había vuelto a su actitud engreída cuando había escuchado que Xiel estaba allí. Lentamente cogió la fusta que usaba con su caballo y dio un par de golpes suaves a la palma de su mano mientras le miraba con regocijo.
Xiel se acercó intentando no pensar en su tropiezo, enseguida había bajado la cabeza y no había visto el arma de Nash. Abrió la puerta de la cuadra y cogió la silla de montar que descansaba cerca de esta. Se puso frente al lomo del animal y alzó los brazos para colocar la silla, entonces lo sintió y su corazón se paralizó.
La fusta bajaba lentamente por su espalda, de forma directa, firme y silenciosa. Xiel se puso tenso e intuyó la sonrisa prepotente de Nash, sin embargo, él solo sentía un cosquilleo inevitable. Su cuerpo reaccionó cuando el extremo del instrumento llegó a la parte baja de su cintura, pequeñas descargas eléctricas descendieron por su cuerpo hasta que el calor empezó a crear perlas de sudor en su frente que se deslizaron lentamente hasta las puntas de cabello, mezclándose con el agua del jarro. Sus pupilas se habían dilatado ligeramente y sus manos seguían aferrando la silla mientras sus piernas se convertían ligeramente en dos cuerdas de violín rotas que se balanceaban.
–Enfermo -masculló Nash al comprender lo que ese muchacho sentía y pensaba, quitando la fusta.
Xiel sintió el ataque en lo más profundo de su corazón y se giró para verle, las lágrimas estaban asomando en sus pequeños ojos castaños y amenazaban con desbordarse por sus mejillas. Fue un segundo lo que tardó en establecerse el contacto visual, en estremecer a Nash y provocar que su corazón se encogiera al ver las lagrimas en la cara ligeramente sonrojada de ese chico antes de que huyera de su vista, corriendo hacia el exterior de las cuadras y dejando al joven de ojos verdes desconcertado junto al caballo negro que había observado la conexión y el dolor de esos dos jóvenes por primera vez.

***

Esa misma mañana después de que el sol se pusiera en lo alto, Xiel seguía escondido. El ataque de Nash le había avergonzado, no se podía haber defendido ni aunque quiera porque sabrían que era una mujer en realidad, aunque que ese niño mimado pensara que le había gustado su juego con la fusta como hombre tampoco le gustaba.
Las lágrimas habían ido apareciendo a la largo de la mañana, la frustración y el rencor crecían en su corazón y por eso las plantas se alejaban de su persona todo lo posible, cualquier ser vivo dejaría a Xiel tranquilo en su intranquila paz interior. Pero no todos eran Mikka, la melliza de Nash. Ella había estado siendo curiosa tras sus clases, había ido a la cocina para preguntar por el nuevo sirviente pero Ginna le había informado de que no había ido a la hora de almorzar. Por eso mismo ella había ido a las cuadras, había supuesto que cualquier huérfano querría comer después de su etapa en el orfanato. Al entrar su nariz se arrugó por el olor a animal, pero hizo de tripas corazón y fue hasta la habitación asignada a Xiel, estaba completamente vacía. Salió de allí mucho más rápido de lo que había entrado y respiró el aire fresco mientras pensaba otro sitio para ir a buscar al mozo. Finalmente, decidió que el lago era buena opción, además, a ella le gustaba ir allí de vez en cuando.
Se recogió los bajos del vestido y fue andando entre la baja maleza hasta que escuchó un sollozo. Varios lamentos más llegaron a sus oídos mientras se acercaba con lentitud. Detrás de un árbol pudo observar como el muchacho lloraba con la cabeza entre las rodillas, todo a su alrededor lloraba también. Mikka acabó por ponerse frente a él y hacer que su vestido barriera el suelo mientras se arrodillaba. Con cuidado estiró la punta de los dedos y sujetó la barbilla de Xiel para alzarla. Este no se sobresaltó porque había estucado el ruido de los pasos, tampoco había dejado de llorar cuando observó los ojos idénticos a los de Nash pero en otro cuerpo. El corazón de la joven se había encogido ante las lágrimas de su criado, jamás había visto nada más bello que el rostro de Xiel surcado por pequeñas gotas saladas.
Una temblorosa lágrima bajaba por su mejilla cuando los labios de Mikka se posaron en esa zona y desapareció haciendo abrir los ojos de Xiel de manera considerable, sorprendido por ese trato.
–No llores, pequeño Xiel –susurró Mikka cerca de la piel del muchacho, disfrutando de la lágrima entre sus brazos, del aroma a paja e hierba que emanaba ligeramente.
Separándose de él pudo ver que había dejado de llorar, haciendo que ella sonriera satisfecha al comprobar que había funcionado ese truco de sorpresa para animarle.
–Entiendo que estés mal, este no es tu hogar pero podrás ser feliz con nosotros.
Xiel supo en ese instante que creía que lloraba por su salida del orfanato y la despedida de sus amigos inexistentes. Aprovechó porque dudaba que hablar de su hermano pudiera agradar a cualquiera, ellos era superiores a él.
–Este no es mi lugar –susurró con la mirada baja–. Quiero mi libertad...
–¿Libertad? Ahí fuera te matarían, las calles no son seguras para niños sin padres, sin un hogar. Aquí tienes ambas cosas, seguro que al final te acostumbras a este sitio y con el tiempo papá te dará una habitación de verdad en el pasillo de los criados.
–Era libre hasta hace dos noches, señorita...
Mikka arrugó de nuevo la nariz, era una manía hacerlo cuando algo no le gustaba o le resultaba extraño, en ese caso ambas.
–Aquí me llaman todos Mikka, tú también puedes llamarme así –aseguró esta acariciando su mejilla con gesto maternal–. Nuestros criados están muy a gusto aquí, seguro que en un par de días te acostumbras.
Los ojos de Xiel centellearon.
–¿Y si no quiero? ¿Y si quiero volver a mi vida? Mikka, vuestra hospitalidad es de mi agrado pero no encajo. Ni siquiera al señorito Nash le gusto...
–Nash es idiota –suspiró Mikka haciendo una mueca–. Es demasiado básico para entender que todos vosotros sois personas igual de valiosas que él o nuestro padre.
En eso tenía razón, Nash no comprendía la importancia de las personas, no había nacido para ser empático como su hermana. La opinión era compartida por parte de Xiel, sin embargo, seguía en su idea de irse para poder desempeñar su función, la segunda luna aparecería en el cielo pronto gracias al frío invierno en el que estaban. A pesar de esto, se frotó la cara y ojos con el puño de su camisa mientras se ponía en pie, tenía que seguía adelante y no encariñarse con esa familia tan efímera para él.
–Tengo que irme a cuidar de los caballos –dijo algo incomodo mientras se ponía en marcha.
Mikka había observado sus movimientos con curiosidad, era extraño, lo sabía e intuía aunque no lo entendía del todo. Antes de que se fuera cogió su mano y le entregó un paño que envolvía un poco de queso y una hogaza de pan.
–No has almorzado... Espero que te vaya bien en tu primer día –sonrió muchacha.
Xiel asintió y se guardó la comida en el bolsillo del pantalón. Luego siguió caminando sin rumbo fijo, tambaleándose un poco hasta que llegó al establo y desapareció de la vista insistente de Mikka.

***


La noche había caído como un manto estrellado. El joven Xiel volvía a estar en el lago bañándose sin importarle el frío. Su cuerpo se estremecía mientras observaba el cielo, la luna amenazaba con aparecer, un día menos en su vida. Silenciosa era la brisa que cantaba, silencioso era su espía. Mientras ella nadaba los ojos verdes se abrían y ambos corazones palpitaban de distinta panera. Xiel, el joven de la luna, pensaba en su muerte cercana, mientras, los ojos verdes observaban la belleza oculta bajo ropas holgadas.

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