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martes, 28 de octubre de 2014

Relato: Luz.

Recordaba haber oído la lluvia caer toda la noche, golpear contra el cristal y hacer vibrar los cimientos de mi casa como si miles de espíritus recorrieran el tejado en una profesión interminable. 
Los sonidos se desvanecieron según el sueño fue apoderándose de mi sentido de la consciencia y, entonces, nada. Todo desapareció a mi alrededor engulléndolo una oscuridad que parecía que jamás iba a acabar. Los miedos se hicieron presentes, la lucha contra mis temores creció en el interior de mi alma. Vagaba por túneles oscuros llenos de agua sucia que me asqueaba, solo quería salir de allí, pero mis ojos eran ciegos ante ese panorama y solo el sentido del tacto a través de las paredes me pudo guiar hasta por fin ver una luz. 
Era pequeña y dorada al principio, lucía en intervalos al fondo y, sin pensar, corrí todo lo que mis piernas pudieron con el agua. Tal era mi ansia de llegar a la luz que no me di cuenta que al final del túnel había un precipicio y, mientras caía sin remedio y sin voz para gritar, veía la luz que seguía en el centro de mi mundo brillando como una estrella fija en el cielo.
Cerré los ojos y me abandoné a mi suerte. Una caricia del frío aire me hizo abrirlos de nuevo y me vi tumbada en una húmeda hierba de color verde oscuro. Veía el cielo azul con un sol tan enorme y brillante que me pude cegar si no fuera porque aparté la mirada y me puse en pie poco a poco. 
Recordaba haber caído desde lo alto, pero ahora con los pies en la tierra empezaba a andar y descubrir mundo. No me gustó, solo podía dar unos pocos pasos por ese mundo finito y volver a ver el precipicio. 
Me senté en el suelo cogiendo mis rodillas y las voces ocultas en mi interior me susurraron con voz envolvente que era mi final, que la oscuridad me envolvía como la sombra permanente en el día soleado. Mis lágrimas no llegaban al suelo porque se consumían a causa del calor. Me di cuenta de que seguía ciega, que no podía ver la realidad de mi mundo y, sin darme tiempo a reaccionar, la tierra se abrió y me dejó caer sin hacer ruido, sin daño alguno mientras esa estrella fija desaparecía de mi vista de nuevo. 
Abrí lo ojos alarmada, seguía en mi cama pero ya no se oía lluvia ni viento, los espíritus se habían ido a otras casas y yo, fijándome en el exterior, sonreí. 
Vi como el sol se abría paso por el horizonte, dejando los colores oscuros atrás, robando a las estrellas su luz para hacerse notar. 
Recordé en silencio la vieja enseñanza de mi abuela, la dulce melodía de su voz que me llenaba de calor y me envolvía como una manta. 
"Por difícil y oscura que parezca la noche, siempre saldrá el sol para ti"

                                   

martes, 9 de septiembre de 2014

Relato: El mundo de mis sueños.


Y me encerré en mi cuarto tras un día más en mi vida. Todos eran iguales, las personas no cambiaban, los lugares tenían ese aspecto estático que empezaba a odiar con toda mi alma.
Daba igual el desorden aparente; las zapatillas y mochila en el suelo, la chaqueta en el respaldo de mi silla... Era mío, era mi lugar, donde yo misma había decidido quedarme, vivir, crecer interiormente sin preocuparme por el ruido exterior.
Sin pensarlo apago a luz y dejo que la oscuridad lo envuelve todo... Y aparecen, pequeños puntos en el techo, estrellas que me pusieron cuando era pequeña y que siguen allí, tras tantos años y cambios. Me tumbo en la cama y las miro, una a una y luego en conjunto. Hago con mi dedo la forma de las constelaciones que un día alguien me enseñó y sé que son especiales por ese mismo hecho.
Cuando ya las he contado, memorizado y aborrecido por esa noche, cierro los ojos. Tras mis párpados los puntitos siguen, pero ya no son los mismos, ahora están en mi, a mi lado.
Empieza a llegar lo que tanto ansío durante el día, la hora de soñar con ese mundo. Podrían llamarme loca, podrían tacharme de rara, me daba igual. Con los ojos cerrados y mis pensamientos alejados empiezo a soñar...
Al principio es sólo una luz en el centro, blanca y brillante que poco a poco crece, baila en las tinieblas. Me acerco y empiezo a descubrir un prado verde con florecitas de colores que se abren a mi paso y que juegan con mis pies descalzos. No tardo mucho en ver la cascada y los árboles, no he visto que hay tras las montañas ni las nubes, tampoco me importa. Tengo la loca teoría de que son más mundos de personas ajenas, pero si ellos son como yo no querrán que les invada alguien que no conocen, así que me quedo allí, a orillas del lago de agua helada y pura donde puedo verme los ojos y ya no son los mismos tristes que tenía esa mañana, son nuevos, de una chica nueva, o tal vez la real, no lo sé... A mi me gustan, como todo en ese mundo.
Me tumbo y miro el cielo sin rastro de nubes salvo las que me rodean. Allí nadie me molesta ni yo molesto, soy una más. Me quedo de medio lado, con un brazo bajo mi cabeza y acarició la hierba fresca y mullida. Y ahí veo la primera señal de vida, una mariposa que se posa en mi mejilla. Sus patitas me hacen cosquillas, sus alas acarician mis pómulos como si fueran pestañas de algodón, largas y brillantes. Cerró los ojos y sonrío porque mientras en el mundo real no soy nadie aquí lo soy todo, en mi mundo privado, el mundo de mis sueños.



martes, 26 de agosto de 2014

Relato: Flor de Luna.


La luna empezaba a emerger por el horizonte. Esa noche brillaba más que ninguna otra y dejaba que sus rayos plateados iluminaran todo lo que estuviera a su alcance, a su paso. Los sonidos de la naturaleza eran como los de otras noches, sonidos que se trasformaban en murmullos de viento e insectos con su peculiar música nocturna.
El bosque vibraba de vida por los cuatro costados, los arboles usaban su respiración para poder sirviendo de refugio y alimento, los animales salían a buscar una presa para poder alimentar a los suyos y todo estaba sumido en la más perfecta armonía. Era una gran cadena, un ciclo que siempre se repetía noche tras noche. Pero esa era especial, esa era la noche en la que todos estarían en silencio, en la que dejarían de respirar por un tiempo limitado para ver el gran acontecimiento.
La luna ya se alzaba en el cielo como único astro con luz pues eclipsaba todas las estrellas diminutas que se intentaban hacer un hueco en la bóveda celeste que cubría todo el mundo. Poco a poco el sonido disminuyó tanto que desapareció. Todos miraron hacia arriba, hacia la luna llena que dejaba que un tímido rayo cayera entre las hojas de un gran árbol hasta llegar al suelo e iluminar la nueva vida.
Todos se reunieron en el claro de luz de luna, todos los animales fueron para ver un milagro. Los árboles inclinaron sus ramas para acercarse y ver. Se formó una red que ocupaba todo el bosque para que cualquier ser fuera capaz de ver aunque estuviera lejos, solo tenían que ser pacientes para ver lo que ocurría.
La lisa tierra empezó a abombarse lentamente, como si algo quisiera partirla en dos. Una pequeña semilla creció buscando los rayos de su madre, la luna. Fueron pacientes mientras las hojas se fueron abriendo, fueron estirando sus ramitas para formar lo que hoy en día es la flor de la luna, la criatura más bella y difícil de encontrar por su misterio. Una flor con pétalos plateados, espinas y luz, luz que almacenaba del astro solar que intentaba quemarla todas las mañanas.
Pero ahí no acababa todo, la flor fue creciendo, fue aumentando lentamente y se convirtió en el faro del bosque, en su protector y lo que hacía que todos pudieran sobrevivir. Cada vida quedó ligada a su tallo, cada gota de rocío servía de alimento a todos los que estaban allí y a cambio solo debía ser protegida porque si alguien osara cogerla todos morirían sin ningún aviso previo, la vida del bosque se acabaría.
Todos pensaban que estaban bien, que no había ningún ser que pudiera hacerles eso pues ellos estaban conectados entre si por los lazos invisibles nutridos por una flor plateada. Así que solo la cuidaban de extraños a su bosque, solo la cuidaban los días de tormenta que podía sufrir alguna herida que hiciera peligrar la vida de los demás.
Pero la naturaleza se fió de los animales, complejos seres que solo deseaban vivir en paz. Creyó que nadie podía ser tan despiadado para hacer algo así. Pero se equivocaron.
Un solo ser es capaz de romper toda la armonía que se había creado en la noche de luna llena. Un ser que solo pensaba en si mismo, en ser el mejor de todos, en conquistar cualquier porción de mar, cielo y tierra. Un ser sin escrúpulos que hoy día sigue siendo el peor enemigo de su propio mundo y que siempre lo será hasta que acabe con él por su afán de destruir lo que no es suyo y no pensar en las consecuencias.



lunes, 21 de julio de 2014

Relato: Rosa.


Ella iba por el prado, escondido del mundo, lejos de la humanidad. Sabía que el día que fuera descubierto su secreto se iría para siempre. Por eso disfrutaba todo lo posible de la experiencia.
Las briznas de las hojas rozaban sus piernas desnudas, los zapatos manchaban su vestido pues los llevaba en la mano a la altura del muslo. Su pelo se iluminaba del color de la miel oscura con los rayos del gran astro de los cielos como si este mismo lo adorara. Caminaba sin fijarse en los animales que salían a su encuentro para admirar su belleza, tan pura como el agua congelada de la cumbre de una montaña.
Esa tarde sería la última escondida, la última sin compañía en ese mundo que atesoraba como suyo, como si fuera la reina sin dudar. Las nubes hacían sombra a su paso refrescando la tarde de mediados de mayo, aun no hacía todo el calor propio, pero la primavera era sabia y había alzado su maga entre las plantas formando un gran abanico de color que todo el mundo podría adorar.
Ya llegando se dijo que tenía que aceptar su destino, el que todos había dicho que sería para ella no era aceptable, no era normal, ni quería serlo nunca, por eso desobedecía las normas impuestas por sus progenitores sin que estos llegaran a ser conscientes de lo que pasaba con su propia hija.
Se sentó entre las hierbas, matas de bayas, olores vivos y dulces de algunas flores. Los animales salieron a su paso agradecidos por su sola presencia. La lluvia comenzó a caer poco después como agujas afiladas que herían la nacarada piel de la joven.
Ella cerró los ojos, sus párpados cayeron y sus pestañas rozaron la parte superior de sus pómulos. Se abandonó a la sensación de la naturaleza sobre ella sin ofrecer resistencia. Una de las plantas reptó hacia ella, hacia su brazo con lentitud y sus espinas se clavaron en la piel dejando rastros de sangre. Apretó los labios y se convirtieron en una dura fina blanca sin color. Poco a poco la planta se fue introduciendo en su interior dejando a la muchacha sin su propia vida, absorbiendo su sangre como si fuera agua de vida. Sus venas se llenaron de raíces, sus pies se anclaron al suelo y se hundieron lentamente. Sus manos se alzaron por un alarido rasgado y se quedaron sobre su cuerpo antes de que los tallos finos de su interior se convirtieran en leñosos y duros. Su sangre se fue solidificando y haciendo más pesada. El agua mantenía hidratado el proceso hasta que por fin pasó,
Su cuerpo se enderezó y lentamente se puso oscuros, una forma suave y dura que se asemejaba al tronco de un pequeño arbusto. El pelo fueron las hojas que como lianas se entretejieron entre los dedos formando el follaje. Sus venas se vieron colapsadas hasta llegar al corazón. Y allí bajo el dulce latido se abrió la flor roza de su vida, su último latido que desbordó y trasformo en pétalos la sangre.
Así en medio del prado creció el rosal de la vida, sacrificio de una joven que se había entregado a su creadora la naturaleza como siempre había deseado.