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viernes, 23 de enero de 2015

Día 3.


Había sido una mañana bastante tranquila para toda la casa. El cielo amenazaba lluvia por lo que nadie había salido a cabalgar, esto agradaba a Xiel que solo había tenido que alimentar a los animales. Después había ido a la cocina y se había servido un plato de copos de avena, una fruta y un vaso de leche. Esto era lo que debía desayunar todas las mañanas, ese día estaba encantado porque apenas había revuelo en la cocina, solo estaba Ginna allí por lo que podía tranquilizarse. En los tres días que llevaba en esa casa, la mujer se había convertido en un pilar para él mientras buscaba su salida de esa cárcel disfrazada de gran casa señorial con bonitos jardines.
Comía sin ganas a pesar de todo, la comida de la cocinera estaba buena, no lo dudaba, pero quería su libertad a toda costa antes de que alguien pudiera encariñarse de su persona, podía pasar y temía que Mikka estuviera haciéndolo sin darse cuenta.
–¿Pensando en asuntos de faldas? –preguntó Ginna sentándose a su lado.
Xiel levantó la cabeza de golpe, mirando los ojos viejos de la cocinera y dedicándole una sonrisa mientras negaba.
–Todo lo contrario. No me interesan las faldas de momento –respondió.
–Es una pena, tienes unos rasgos muy apuestos... Ya me gustaría a mí ser más joven para poder aprovechar tus visitas a esta vieja momia.
–No eres una momia, Ginna –recordó el joven apartando el plato sin ningunas ganas. Tenía cosas que hacer y poco tiempo que perder–. Me vuelvo a las cuadras, tal vez el señorito Nash cabalga por la tarde.
–Hoy el señorito no va a salir de su habitación –le comentó la cocinera a Xiel cuando éste se levantaba–. Ha pedido que nadie le moleste, lamentablemente no quiere bajar a desayunar y así nunca va a recuperarse del todo.
El joven observó la mirada de Ginna. Sabía que la cocinera tenía un trato directo con todos los de esa casa, que era querida y respetada por todos los años que estaba allí sirviendo y seguramente seguiría después de no poder andar sin ayuda de un bastón. Xiel observó la cocina, estaba sola ese día y no entendía la razón ya que siempre había alguna sirvienta limpiando los platos o el suelo, incluso cuchicheando en algún rincón de ese sitio.
Cuando miró a Ginna a los ojos supo que nada bueno se le podía ocurrir, brillaban y se había levantado de la silla de su lado casi derribando el poco contenido que había dejado en su razón de copos. Desapareció después por una de las puertas y Xiel se quedó quieto allí. Pudo haberse ido pero algo le decía que Ginna quería algo de él, para bien o para mal debía ayudarla como ella había hecho esos días cuando llegó a su nuevo hogar.
Se recorrió toda la cocina, al principio confuso y luego con una gran curiosidad por ver cómo funcionaban los fuegos, como bullían las cacerolas y el olor a hierbas que había por todos lados. Era un sitio agradable y cálido, no como su cuadra. Cuando sintió unos golpecitos en su hombro y se giró para ver lo que pasaba dio un par de pasos atrás confuso.
Ginna estaba sonriendo como nunca, portaba un vestido azul grisáceo con una falda amplia pero lisa, un pequeño corsé hasta la cintura y mangas cortas. Instintivamente el chico se había echado hacia atrás al verlo sin saber muy bien qué decir ni qué hacer.
–Era de cuando podía ponerme estas cosas sin parecer carne embutida –explicó Ginna–. Necesito que me hagas un pequeño favor.
–No creo que me guste...
–Tienes un cuerpo perfecto para el vestido, se puede ajustar al pecho aunque no tengas, el color te hará más atractivo...
Xiel había abierto sus ojos castaños y había negado, le incomodaba esa situación. Dudaba por como hablaba Ginna que hubiera descubierto que bajo sus ropas holgadas se encontraba una mujer, aun así ese vestido no podía traer nada bueno.
–El señorito Nash solo recibe criadas o a las hijas de estas cuando está enfermo... No quiero que enferme más, al final se morirá si sigue así... –susurró apenada la cocinera–. Es como mi hijo desde que la señora murió, le prometí cuidarlo hasta el fin de mis días en esta casa...
–No sé si es una buena idea, Ginna...
–Solo tienes que ponértelo y llevarle algo de sopa caliente para que coma. A ti te hará caso, no se resiste a las criadas –aseguró la mujer.
Xiel negó instintivamente. La resistencia no era problema para él, si se enteraba estaría despedido y en la calle... Después de ese razonamiento sonrió y cogió el vestido sin decir nada. Se fue a la habitación y se quitó sus ropas masculinas para vestirse de lo que era en realidad. El vestido cayó por sus caderas sin hacer ruido, se puso las mangas correctamente y sacudió su cabello corto con las manos para despegarlo de la coronilla. Allí no había espejo, por lo que no pudo verse y cuando salió los ojos de Ginna mostraban sentimientos contradictorios que le habían templar a cada paso que daba.
–He cogido unos zapatos de ahí –murmuró Xiel con las mejillas sonrojadas.
La mujer seguía con la boca abierta mientras observaba como el vestido encajaba en Xiel como si de verdad le perteneciera, le daba un toque perfecto para hacerse pasar por mujer y poder entrar. Vio cómo el muchacho se daba la vuelta y señalaba las cuerdas aun sin atar. Ella rápidamente ajustó cada una de ellas creando lazos y nudos, haciendo que el vestido se ciñera al cuerpo del muchacho de una manera impresionante.
–Lo único que pasa es que tengo el pelo corto –susurró Xiel al girarse de nuevo, haciendo una mueca que sonrojó a la mujer.
–No... Así estás perfecto... Eres precioso...
Xiel había sonreído con timidez al principio, era la primera vez que se sentía bien con un vestido, allí nadie podría hacerle daño por ser una mujer y nadie lo comprobaría realmente.
Después de las primeras impresiones, Ginna, había preparado una bandeja con lo que su niño convertido en bello cisne debería llevar a Nash, sabía que este se iba a alegrar. Tras darle la bandeja y comprobar que ni siquiera tenía que pellizcar las mejillas del joven gracias a su sonrojo natural le había indicado donde estaba la habitación del señorito y le había dado la buena suerte una vez se había internado en el pasillo interior de la casa, dejándole solo y desprotegidos.

***

Por suerte el equilibrio de Xiel no se vio alterado por el vestido. Caminaba con gracia por los largos pasillos de la casa, admiraba los cuadros y telas que cubrían algunas paredes a modo de decoración. Tenía que recordar que ser una criada le obligaba a hablar y actuar de otra forma, solo debía darle la bandeja a Nash y todo iría bien, saldría ileso.
Tras una buena caminata encontró la puerta que había nombrado Ginna. Llamó un par de veces pero el silencio le devolvió la respuesta. Impaciente recordó que la cocinera le había indicado que entrara, que no le iba a pasar nada si no mostraba que era Xiel en realidad. Él abrió la puerta y se asomó ligeramente mientras tocaba un par de veces más con insistencia.
El cuenco con sopa casi se derrama cuando Xiel vio a Nash, pero este no miraba en su misma dirección. El joven muchacho que había tratado tan mal el día anterior a Xiel miraba al exterior, sentado en una silla al lado de la ventana. Aun llevaba puesta la ropa de cama y los cordones que sujetaban el cuello estaban sueltos dejando ver su piel blanca relucir por el poco sol que entraba. Pero no solo esto sorprendió a Xiel, en la mano de Nash había un cigarrillo encendido que se llevaba a los labios aspirando y luego soltando una nube de humo blanco sin inmutarse.
En ese momento Xiel dio un traspié con la alfombra e hizo sonar los cubiertos sobre la bandeja. Nash se giró soltando el humo del cigarrillo y entornó los ojos buscando a la culpable del ruido. Sin embargo, sólo logró ver a una chiquilla borrosa. Se puso en pie y aplastó el cigarrillo sobre la superficie de madera que utilizaba para dejar la ceniza mientras el papel y el tabaco se consumía poco a poco entre sus labios. Lentamente se acercó a Xiel, este no se había movido cuando observó que se acercaba, sus piernas se habían quedado clavadas al suelo mientras observaba como la camisa se abría ligeramente en el cuello a falta de sujeción. Segundos más tarde tenía la mano de Nash sobre el mentón y sus ojos intentaban meterse en su interior, pero Xiel pudo ver las sombras grises en los ojos de Nash, como se intentaba esforzar por buscar los detalles de su cara como si jamás se hubieran visto a pesar de haberlo hecho.
–¿Quién eres tú? –quiso saber el muchacho evaluándole.
–Soy una sobrina lejana de Ginna –respondió Xiel conteniendo el aliento–, me llamo Ciara... Mi tía me ha pedido que te traiga la comida porque informa que no ha comido nada desde la cena del día anterior.
El muchacho siguió mirándola con intensidad, se había fijado en los movimientos de su boca, en los ojos castaños de Xiel mientras él aguantaba la respiración intentando mantener la calma en esa situación tan precaria para él. Cuando le soltó su alivio no se manifestó, en cambio la inquietud y necesidad se adueñaron de las células de su piel que reclamaban el contacto eléctrico de Nash unos segundos más. Cuando el muchacho se alejó lo suficiente su concentración volvió a la normalidad y dejó la bandeja sobre la mesa intentando no volcar su contenido.
–Te la puedes llevar –informó Nash–. No quiero comer.
–Pero Ginna ha dicho que no has comido replicó Xiel girándose para mirarle a los ojos–. Todos necesitamos comer para seguir adelante.
Los ojos de Nash relucieron con un brillo opaco y verde apagado, Xiel nunca los había visto así, ni siquiera el día que le adoptaron y pensó que ya había visto el dolor en los ojos verdes de ese joven. Pero se estaba equivocando, no había visto nada real ese día, salvo en ese momento cuando una mirada perdida atrajo a la de Xiel. En ese segundo supo que Nash tenía sufrimiento en su mirada y que lo escondía tras una puerta en la que no había dejado entrar a nadie, tampoco a Xiel si no hubiera sido por su disfraz de criada.
–¿Y si yo no quiero seguir hacia delante? –preguntó Nash al cabo de unos segundos–. ¿Y si una persona sabe que va a perder todo, incluso lo más preciado para ella, con el tiempo?
–Nacemos para morir, señorito Nash –respondió en desgana Xiel. Dio un paso hacia delante, pero vio como su interlocutor se alejaba otro tanto y se mantuvo quieto para no aumentar el abismo que les separaba–. Es la ley. Nuestra vida dura la que dure sin que nosotros podamos hacer nada. Al final el dinero, las fortunas, las tierras o una mujer no le harán feliz por más tiempo del que puedan durar también.
Nash mostró un atisbo de sonrisa, pero apenas duró unos segundos cuando Xiel pudo ver como se miraba la mano con intensidad. Era como si buscara lunares invisibles en una piel blanca y con rozaduras por las riendas de los caballos. Pudo ver como una tortura invadía la mirada se Nash a cada segundo que pasaba, incluso preocupándose.
–¿Crees que porque sea rico el dinero es lo que más me importa? –preguntó al rato Nash.
Xiel así lo pensaba, mirando la habitación, la comida, las ropas que poseía... Creía que ser rico le hacía mimado y egoísta, pero no se esperaba esas palabras saliendo de la boca de Nash sin ninguna felicidad. El muchacho se acercó a su señor y esta vez se pudo acercar lo suficiente como para ver lo que mirada, entonces se llevó una mano a la boca por la sorpresa y tristeza.
–Lo siento, señorito Nash. No era mi intención...
Durante unos segundo Nash había cerrado los ojos y había respirado profundamente antes de abrirlos y observar la cara borrosa de Xiel, que para él era Ciara. Le resultaba familiar pero en su estado no podía comprender cuánto en realidad. Dejó caer las manos y sacudió la cabeza soltando el aire que albergaban en sus pulmones.
–Nadie tiene la intención nunca –respondió este negando–. Tú no informes a nadie de lo que has visto y no haré que te echen.
Xiel hizo una mueca porque si mandaban echar a Ciara la única perjudicada sería Ginna al ser la tía de esa chica imaginaria.
–¿Puedo preguntar cómo le pasó? –dijo Xiel encontrando parte de curiosidad en el rencor y la preocupación que tenía hacia esa persona.
–¿No lo estás haciendo ya? –preguntó a su vez Nash.
–Tal vez sí...
–Un problema en la sangre y una mala caída del caballo –respondió el joven encogiéndose de hombros.
Xiel volvió a mirar su cara, sus ojos opacos y el resto de esperanza que le quedaba en ellos. No lo entendía, no podía creer que tras esa experiencia y lo que había sufrido siguiese montando sin importarle.
–¿Por qué monta a caballo aun si fue justamente eso lo que provocó su problema? –se atrevió a preguntar Xiel.
Nash sonrió mirando sus ojos castaños.
–Me hace sentir libre.

***
Una fina línea blanca iluminaba el cielo nocturno junto a las estrellas. Xiel estaba tumbado sobre las briznas de hierbas mientras absorbía de su preciada luna los rayos que empezaban a crecer de nuevo. Hacía viento y movía el agua de la orilla, sus ojos seguían recordando la conversación de esa mañana con Nash.
–Libertad –se dijo para sí mismo–. Todos queremos conseguirla... ¿Eres tú mi libertad, querido cuerpo que ilumina mis noches en vela?

lunes, 12 de enero de 2015

Día 2.


Apenas el sol había comenzado a salir cuando el agua cayó sobre Xiel y le despertó de su sueño. Habría gritado y matado a alguien si no fuera porque Nash estaba sonriendo y sus ojos verdes atraparon al muchacho. Rápidamente se cubrió con las sábanas, preocupado de que pudiera dar la imagen de una mujer y que le descubrieran. No sabía qué hora era, pero el cielo aun estaba grisáceo y su cuerpo reclamaba un par más de horas de sueño por los menos.
Nash lo había encontrado divertido, reírse del mozo, hacerle la vida imposible y torturarle hasta que su padre lo enviara de nuevo al orfanato de donde había salido en un primer momento. Dejó el jarro de agua sobre la mesita y se dirigió a la puerta, abriéndola y mirando atrás.
–Tienes cinco minutos para preparar mi caballo –ordenó dando un portazo.
Xiel se había levantado confuso y maldiciendo, la luna estaba de nuevo ejerciendo su fuerza y tenía que mantenerse despierto a causa de que el niño pijo y mimado de esa casa quería montar a caballo antes de que siquiera los pobres animales se hubieran despertado. Casi corriendo se puso unos pantalones oscuros y se remetió la camisa blanca y holgada por ellos. Las botas fueron después, nunca había tenido un par así y le resultaron un tanto raras mientras colocaba su pelo frente al pequeño espejo en una de las paredes.
Cuando salió vio a Nash acariciar la cabeza de un caballo negro como la pez. Estaba relajado y se notaba en sus hombros caídos, en sus ojos semicerrados, en su sonrisa deslumbrante que hizo que Xiel casi se tropezara con un cubo de avena por no mirar donde pisaba. Provocó la risa nuevamente del muchacho, Nash había vuelto a su actitud engreída cuando había escuchado que Xiel estaba allí. Lentamente cogió la fusta que usaba con su caballo y dio un par de golpes suaves a la palma de su mano mientras le miraba con regocijo.
Xiel se acercó intentando no pensar en su tropiezo, enseguida había bajado la cabeza y no había visto el arma de Nash. Abrió la puerta de la cuadra y cogió la silla de montar que descansaba cerca de esta. Se puso frente al lomo del animal y alzó los brazos para colocar la silla, entonces lo sintió y su corazón se paralizó.
La fusta bajaba lentamente por su espalda, de forma directa, firme y silenciosa. Xiel se puso tenso e intuyó la sonrisa prepotente de Nash, sin embargo, él solo sentía un cosquilleo inevitable. Su cuerpo reaccionó cuando el extremo del instrumento llegó a la parte baja de su cintura, pequeñas descargas eléctricas descendieron por su cuerpo hasta que el calor empezó a crear perlas de sudor en su frente que se deslizaron lentamente hasta las puntas de cabello, mezclándose con el agua del jarro. Sus pupilas se habían dilatado ligeramente y sus manos seguían aferrando la silla mientras sus piernas se convertían ligeramente en dos cuerdas de violín rotas que se balanceaban.
–Enfermo -masculló Nash al comprender lo que ese muchacho sentía y pensaba, quitando la fusta.
Xiel sintió el ataque en lo más profundo de su corazón y se giró para verle, las lágrimas estaban asomando en sus pequeños ojos castaños y amenazaban con desbordarse por sus mejillas. Fue un segundo lo que tardó en establecerse el contacto visual, en estremecer a Nash y provocar que su corazón se encogiera al ver las lagrimas en la cara ligeramente sonrojada de ese chico antes de que huyera de su vista, corriendo hacia el exterior de las cuadras y dejando al joven de ojos verdes desconcertado junto al caballo negro que había observado la conexión y el dolor de esos dos jóvenes por primera vez.

***

Esa misma mañana después de que el sol se pusiera en lo alto, Xiel seguía escondido. El ataque de Nash le había avergonzado, no se podía haber defendido ni aunque quiera porque sabrían que era una mujer en realidad, aunque que ese niño mimado pensara que le había gustado su juego con la fusta como hombre tampoco le gustaba.
Las lágrimas habían ido apareciendo a la largo de la mañana, la frustración y el rencor crecían en su corazón y por eso las plantas se alejaban de su persona todo lo posible, cualquier ser vivo dejaría a Xiel tranquilo en su intranquila paz interior. Pero no todos eran Mikka, la melliza de Nash. Ella había estado siendo curiosa tras sus clases, había ido a la cocina para preguntar por el nuevo sirviente pero Ginna le había informado de que no había ido a la hora de almorzar. Por eso mismo ella había ido a las cuadras, había supuesto que cualquier huérfano querría comer después de su etapa en el orfanato. Al entrar su nariz se arrugó por el olor a animal, pero hizo de tripas corazón y fue hasta la habitación asignada a Xiel, estaba completamente vacía. Salió de allí mucho más rápido de lo que había entrado y respiró el aire fresco mientras pensaba otro sitio para ir a buscar al mozo. Finalmente, decidió que el lago era buena opción, además, a ella le gustaba ir allí de vez en cuando.
Se recogió los bajos del vestido y fue andando entre la baja maleza hasta que escuchó un sollozo. Varios lamentos más llegaron a sus oídos mientras se acercaba con lentitud. Detrás de un árbol pudo observar como el muchacho lloraba con la cabeza entre las rodillas, todo a su alrededor lloraba también. Mikka acabó por ponerse frente a él y hacer que su vestido barriera el suelo mientras se arrodillaba. Con cuidado estiró la punta de los dedos y sujetó la barbilla de Xiel para alzarla. Este no se sobresaltó porque había estucado el ruido de los pasos, tampoco había dejado de llorar cuando observó los ojos idénticos a los de Nash pero en otro cuerpo. El corazón de la joven se había encogido ante las lágrimas de su criado, jamás había visto nada más bello que el rostro de Xiel surcado por pequeñas gotas saladas.
Una temblorosa lágrima bajaba por su mejilla cuando los labios de Mikka se posaron en esa zona y desapareció haciendo abrir los ojos de Xiel de manera considerable, sorprendido por ese trato.
–No llores, pequeño Xiel –susurró Mikka cerca de la piel del muchacho, disfrutando de la lágrima entre sus brazos, del aroma a paja e hierba que emanaba ligeramente.
Separándose de él pudo ver que había dejado de llorar, haciendo que ella sonriera satisfecha al comprobar que había funcionado ese truco de sorpresa para animarle.
–Entiendo que estés mal, este no es tu hogar pero podrás ser feliz con nosotros.
Xiel supo en ese instante que creía que lloraba por su salida del orfanato y la despedida de sus amigos inexistentes. Aprovechó porque dudaba que hablar de su hermano pudiera agradar a cualquiera, ellos era superiores a él.
–Este no es mi lugar –susurró con la mirada baja–. Quiero mi libertad...
–¿Libertad? Ahí fuera te matarían, las calles no son seguras para niños sin padres, sin un hogar. Aquí tienes ambas cosas, seguro que al final te acostumbras a este sitio y con el tiempo papá te dará una habitación de verdad en el pasillo de los criados.
–Era libre hasta hace dos noches, señorita...
Mikka arrugó de nuevo la nariz, era una manía hacerlo cuando algo no le gustaba o le resultaba extraño, en ese caso ambas.
–Aquí me llaman todos Mikka, tú también puedes llamarme así –aseguró esta acariciando su mejilla con gesto maternal–. Nuestros criados están muy a gusto aquí, seguro que en un par de días te acostumbras.
Los ojos de Xiel centellearon.
–¿Y si no quiero? ¿Y si quiero volver a mi vida? Mikka, vuestra hospitalidad es de mi agrado pero no encajo. Ni siquiera al señorito Nash le gusto...
–Nash es idiota –suspiró Mikka haciendo una mueca–. Es demasiado básico para entender que todos vosotros sois personas igual de valiosas que él o nuestro padre.
En eso tenía razón, Nash no comprendía la importancia de las personas, no había nacido para ser empático como su hermana. La opinión era compartida por parte de Xiel, sin embargo, seguía en su idea de irse para poder desempeñar su función, la segunda luna aparecería en el cielo pronto gracias al frío invierno en el que estaban. A pesar de esto, se frotó la cara y ojos con el puño de su camisa mientras se ponía en pie, tenía que seguía adelante y no encariñarse con esa familia tan efímera para él.
–Tengo que irme a cuidar de los caballos –dijo algo incomodo mientras se ponía en marcha.
Mikka había observado sus movimientos con curiosidad, era extraño, lo sabía e intuía aunque no lo entendía del todo. Antes de que se fuera cogió su mano y le entregó un paño que envolvía un poco de queso y una hogaza de pan.
–No has almorzado... Espero que te vaya bien en tu primer día –sonrió muchacha.
Xiel asintió y se guardó la comida en el bolsillo del pantalón. Luego siguió caminando sin rumbo fijo, tambaleándose un poco hasta que llegó al establo y desapareció de la vista insistente de Mikka.

***


La noche había caído como un manto estrellado. El joven Xiel volvía a estar en el lago bañándose sin importarle el frío. Su cuerpo se estremecía mientras observaba el cielo, la luna amenazaba con aparecer, un día menos en su vida. Silenciosa era la brisa que cantaba, silencioso era su espía. Mientras ella nadaba los ojos verdes se abrían y ambos corazones palpitaban de distinta panera. Xiel, el joven de la luna, pensaba en su muerte cercana, mientras, los ojos verdes observaban la belleza oculta bajo ropas holgadas.

domingo, 11 de enero de 2015

Día 1.


El sol amenazaba con quemar los finos párpados de Xiel mientras este despertaba de su ensoñación. Por un segundo creyó que todo lo que había pasado en la noche se trataba de una pesadilla pero al verse entre esas cuatro paredes, con ropa limpia y sin poder huir la verdad cayó sobre sus hombros como una llovizna fría. Se puso en pie rápidamente y sintió vergüenza, estaba claro que esa ropa no le pertenecía y que dejaba que su silueta se pudiera intuir. Xiel estaba delgado, apenas comía todos los días, su cuerpo se había quedado reducido al de un joven, casi niño. Tampoco ayudaba que sus rasgos fueran tan delineados y significativos. Limpio y lavado parecía otro y eso causaba terror en su interior.
No sabía qué hacer en ese momento, saltar por la única ventana no era una opción válida. La luna se escondía tras la luz del sol pero él sentía la atracción magnética que causaba en su ser y como el tiempo le consumía poco a poco. Le quedaban veintiocho días, solo esa diminuta cifra y su cometido se habría acabado antes de empezar. Maldijo en sus adentros mientras arreaba una patada a una pata de la cama haciendo retumbar esta y alertar a sus sentidos del dolor. Sentía, volvía a sentir y eso le preocupaba, tenía que darse prisa o sería tarde para todos.
Tras recorrer cada rincón de la habitación se sentó en la cama e intentó pensar con sensatez, tendría que escapar y no tenía intención de volver a ser capturado, de todas maneras el tiempo corría en su contra y necesitaba empezar la labor antes de que fuera demasiado tarde. Pensando y maquinando sobre su huida escuchó como la puerta de madera hacía ruido cuando se abría. Miró su ruta de escape y vio a una mujer algo mayor y rechoncha con cara afable.
No se fiaba, no le gustaban los desconocidos por si querían hacerle daño, había arriesgado toda su vida y había cambiado demasiadas cosas como para volver a tener esas ataduras que condicionaban su recién arrebatada libertad. Se puso en pie para estar preparado para huir, pero no pudo, la mujer le detuvo colocando una mano en su frente y tranquilizándolo por completo. Solo pasaron unos minutos cuando se vio de nuevo libre de su embrujo, estrechó los ojos para poder averiguar qué hacía cuando vio de nuevo la sonrisa de la mujer.
–Sin fiebre puedes bajar a desayunar –informó sonriendo–. Hay que trabajar, eres de los mayores aquí y necesitamos toda la clase de ayuda posible.
Desarmó al muchacho en cuando las tripas de este demandaron alimento. Se puso colorado y bajó la cabeza. Aunque no le gustaba la parte de ayudar, la primera le llamaba a gritos y quería comer algo, necesitaría fuerzas para intentar escapar en algún momento de la mañana. La mujer salió de la pequeña habitación y le indicó con el dedo que siguiera sus pasos.
No tardaron mucho en bajar a la primera planta y entrar en un gran salón. A Xiel le horrorizó la imagen de todos esos niños pequeños. Cada cual estaba más delgado, más apagado, menos sonreía y más lloraba. Eran niños sin familia, como él, pero de lejos tendrían su misma suerte. Cuando quiso darse cuenta estaba sentado entre un grupo de chicos de doce años, seguramente los mayores que nadie había querido adoptar y no le extrañaba. Los humanos querían que sus futuros hijos fueran agradables a la vista y estos no eran muy refinados, tenían algunos problemas de psicomotricidad y comprensión en el lenguaje. Él no se parecía a ese grupo, salvo en que no tenía padres que fueran a sacarle de allí antes de la próxima luna nueva, tenía que idear un plan.
Comió un par de cucharadas del cuenco con copos de avena pero se sintió tan mal al ver que los demás niños ya habían acabado sus raciones por lo que les dio también su parte, tampoco es que estuviera demasiado bueno al paladar. Sintió en ese momento como alguien colocaba una mano sobre su hombro y se sobresaltó un poco al ver a una muchacha, más o menos de su edad por lo que se sorprendió.
–Eres la primera que les da algo de comer extra –informó con cariño–. ¿Cómo te llamas?
Dudó, por un segundo no supo si decir su nombre a la ligera y cerca de tantas personas le traería alguna seguridad extra.
–Xiel –respondió despacio–. Amnixiel.
Ella arrugó la nariz. En verdad la chica no era fea, no fue hasta que vio su problema cuando se dio cuenta del porque no era adoptada. Tenía la pierna totalmente destrozada, algo había cortado su piel y esta había sanado de cualquier manera dejando cicatrices profundas. Además, llevaba una muleta fabricada con un palo que sostenía su fino cuerpo. Nuevamente la humanidad dio asco a Xiel, por negar a esa chica un hogar mejor que un orfanato, solo porque tuviera una pierna así no dejaba de ser persona.
–Xiel es un nombre bastante masculino –opinó volviendo al muchacho a la realidad–. Para ser una chica tienes un nombre muy raro.
Ella había acabado de hablar con la palma de la mano de Xiel en la boca, entorpeciendo su última frase. Rápidamente se había levantado hasta quedar a su altura y mirar sus ojos azules oscuros. Era verdad, mirando a la pobre chica coja y a Xiel no había mucha diferencia. Tenían la misma altura, rasgos parecidos y manos pequeñas que serían casi imposibles de alcanzar si fuera un hombre de verdad. Tenía pecho, aunque debido a su falta de alimentación y nutrientes no se había desarrollado lo suficiente como para sobresalir como el de la chica. Su pelo era corto, a diferencia del de cualquier mujer que habitaba en la ciudad.
Xiel tenía una buena razón para ocultar su feminidad bajo una capa de ropa y pelo masculino. La humanidad trataba a las mujeres como objetos y una chica callejera sin padres para protegerla no duraría ni dos días en la calle dada su condición. Los violadores se fijaban en los vestidos, en las tallas pequeñas y cabelleras largas, Xiel no tenía nada de eso.
–No se lo dirás a nadie –susurró Xiel en voz baja, recuperando el tono femenino que había dejado de usar con el tiempo–. No deben saber que soy una mujer.
La maltrecha huérfana asintió con los ojos muy abiertos y luego Xiel apartó la mano evitando su mirada. Así no estaba seguro, tenía que parecer un hombre a toda costa y más si quería salir de allí.
–¿Xiel es tu verdadero nombre?
–Ciara, me llamo Ciara pero ya he dejado de usar ese nombre –respondió Xiel negando–. ¿Cómo te llamas tú?
–Evangeline. Siento si te ha molestado que dijera algo fuera de lugar, creía que no importaba –murmuró la muchacha.
Xiel suspiró, tampoco la conocía para culparla. Alzó la mirada hasta que sus ojos marrones y los suyos azules se encontraron. Era extraño, él no confiaba en ninguna persona y tenía que salir de allí.
–¿Hay alguna manera de huir? –preguntó al cabo de un rato, mirando a su alrededor y asegurándose de que nadie les prestaba atención–. Tengo que salir de aquí.
Evangeline se mordió el labio, sabía algunas maneras de escaparse pero ella jamás había querido salir del sitio que le había dado comida y cama durante tanto tiempo mientras que la humanidad le había tachado de leprosa. Miró a Xiel, este parecía un hombre a pesar de tener el mismo género, si no fuera una mujer temblaría de miedo a que pudiera hacerle algo. Siempre había creído en la maldad de los hombres, ni siquiera se acercaba a los chicos mayores del orfanato para estar seguro, o sentirse así.
–Cuando vienen las personas a adoptarnos –respondió dudosa–. Doña Sol y Doña Luna están pendientes de librarse de algún niño..., pero hay muchos adultos. Salir es complicado si no te adoptan.
El muchacho ya estaba pensando como escapar. Había un tiempo en el que las personas podían entrar y eso significaba que también podrían salir con o sin niños. Sonrió a Evangeline y luego salió del comedor. Necesitaba pensar con calma y asegurarse de que no iba a fallar.

***

La tarde se cernía lentamente sobre el orfanato. A esas horas todos los niños vestían sus mejores ropas y se debían comportar lo mejor posible para que los adultos que pasaban por allí les dieran una casa, o dinero para seguir manteniendo el edificio. Evangeline había explicado a Xiel que en verano las adopciones se hacían en el patio trasero y que había tenido suerte si quería escapar, en el hall había mucha más gente y podría pasar desapercibido si quería escaparse de esa jaula que mantenía con vida a muchos. El edificio contaba con un gran pasillo que justamente conducía a la puerta abierta, la salida y su nueva libertad. Todos los niños hablaban con los adultos y estos hablaban entre ellos sobre adopciones o limosnas, a veces traían algunos dulces que los más pequeños agradecían y se llevaban a sus pequeñas bocas melladas.
El grupo de los niños mayores no era muy visitado, salvo por las cuidadoras que les pedía comprensión y eso a Xiel le ponía enfermo. Un niño no tenía culpa de estar allí metido a traición después de que sus padres no quisieron cuidarlos, algunos fueron arrebatados de sus familias y las recordaban con dolor. Él, sin embargo, no tenía padres, nunca había tenido y tampoco iba a empezar a tenerla ahora que su momento llegaba.
Calculaba las personas que entraban y salían, así podría aprovechar el momento de mayor bullicio para salir con un grupo de gente. Se hubiera llevado a Evangeline pero ella le había pedido que no, quería quedarse y cuidar de los niños más pequeños para que algún día no corrieran su misma suerte, entonces Xiel se había sentido conmovido y quiso abrazarla para darle ánimos, pero no era el momento.
–Volveré algún día a visitarte –prometió el muchacho mirando las personas, algunos traían niños consigo y le pareció que elegían un juguete con el que entretenerlos–. Algún día esto cambiará para ti también.
Ella sonrió cuando vio que su nuevo amigo se ponía en marcha con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Iba cerca de un grupo de gente acomodada, nadie se hubiera fijado en él si hubiese logrado salir. Pero no lo consiguió, su cuerpo menudo chocó contra otro más fuerte y alto. Cayó al suelo aturdido y miró hacia arriba preocupado porque su plan de escape había resultado fallido por un simple choque de un chico de ojos verdes.
Ambos se miraron durante un segundo y el rubio con pinta de niño mimado chasqueó la lengua y miró a una muchacha rubia con sus mismos rasgos que estaba a su lado y se había reído disimuladamente.
–¿Ves por qué no quería venir a este cuchitril? –dijo fríamente mientras la chica ponía una mano sobre su hombro.
–Nash, tranquilo.
Xiel permanecía en el suelo petrificado. Sentía calor en las mejillas mientras miraba al chico que había noqueado su escape únicamente con su cuerpo y sin darse cuenta. La ira se coló poco después en su cuerpo y se puso en pie lentamente antes de ver como un hombre algo mayor, con sombrero y traje se acercaba a los dos jóvenes casi idénticos. La intención de Xiel fue alejarse, aún estaba a tiempo para huir de su destino encarcelado en ese edificio viejo, pero se quedó petrificado de nuevo al sentir la mirada de ese hombre sobre él mismo.
–¿Este muchacho también es uno de los huérfanos? –preguntó lentamente.
–Padre, no pierdas el tiempo con niños mugrientos -replicó Nash negando–. Vámonos, aún tenemos que comprar los regalos.
El hombre no hizo caso a su hijo y siguió paseando la mirada por el cuerpo de Xiel, examinando cada centímetro. Esa familia había ido para encontrar un mozo, todos los años se llevaban un niño del orfanato y lo criaban para que fuera su criado. El hombre había estado examinando y ese ejemplar de humano le gustaba, era mayor por lo que podría cuidar bien las cuadras y caballos. Miró a sus hijos un segundo y luego cogió a Xiel del brazo.
–Te vendrás con nosotros, nos serás de mucha ayuda –declaró sonriendo malévolamente mientras se acercaba a las cuidadoras.

***
Una tarde entera tardaron en explicar a Xiel su nueva labor. Se encargaba de cuidar a los caballos, debía convivir con ellos en el establo y tenerlos listos cada mañana para las clases de los mellizos. A lo largo de las explicaciones su mente había divagado hacia el bosque, estaba cerca y podría huir en cuanto su nuevo "padre" confiara en él lo suficiente. También estaba el lago, cuando lo vio tan cerca de las cuadras supo que allí pararía la mayor parte de su tiempo libre, supuso que ningún niño mimado se atrevería a meterse en el agua por las noches y espiarle. En cuanto a sus horarios para comer eran pocos y cortos, comería con los demás criados o en la cuadra cuando tuviera cosas que hacer. No recibiría dinero hasta que sus cuidados dieran resultados en los caballos, esos seres que maravillaron a Xiel nada más entrar.
Tras toda esa charla había comido y conocido a la vieja cocinera que se llamaba Ginna, le trataba bien y parecía agradable, como la abuela que nunca tuvo. Tras esa pequeña comida de bienvenida volvió a su cuadra y abrió la puerta de la única habitación utilizable. No era muy grande pero tenía ventana, una cómoda, la cama de paja y una puerta que daba al exterior. Supuso que se trataba de una cuadra reconvertida. No le dio mucha importancia, necesitaba descansar ahora que la luna empezaba a recuperar fuerzas para brillar en el cielo.
Fue hasta la comida y la abrió dejando ver distintas prendas y una toalla enorme y clara. Tenía un uniforme, no le agradaba ir todos los días igual vestido, pero era un mozo de cuadras y le habían mandado comportarse como tal por el momento. En ese instante cogió una camiseta enorme y blanca, la toalla y salió por su puerta personal. El lago estaba a pocos pasos, la luna no existía todavía en el cielo pero necesitaba ese baño y tranquilizarse. Se aseguró previamente de que no hubiera nadie y luego se desvistió dejando la ropa sobre una piedra, la toalla sobre una rama y se lanzó al agua helada del lago.
Él no era capaz de distinguir temperaturas, el agua fría de invierno era templada en su cuerpo y purificaba su piel lentamente mientras dejaba que todo fluyera de nuevo. Se quedó flotando mirando las estrellas, preguntándose cómo era posible que hubiera acabado allí después de toda su lucha. Cerró los ojos y se imaginó el último día cuando el cielo volviese a estar así de negro, tembló. Temía ese día con toda su alma, pero llegaría al final porque no era capaz de cambiar el ciclo lunar conocido desde el principio de los tiempos.
Se sumergió un par de veces hasta lavar todo su cuerpo y luego salió envolviéndose en la toalla lentamente. Su cuerpo sintió el calor procedente del algodón, pero no era más que una vaga sensación de lo que pudo haber sido en su momento. Cuando su cuerpo estuvo seco completamente se puso la camiseta y comprobó que le venía tan grande como había imaginado. Recogió sus cosas y volvió a la habitación tras contemplar el bosque unos minutos y pensar en su nueva huida. No era libre, pero tampoco estaba encerrando entre cuatro paredes, tendría que bastar por el momento. Dejó la toalla en un gancho de la pared, colocó su ropa en una banqueta que encontró y se tumbó en la cama. Esta estaba recubierta de tela, rellena de paja fina y cálida. Se hundió con su peso y luego se echó por encima la manta que había allí. Se hizo un pequeño ovillo y observó el cielo, desde allí podría ver la luna cuando estuviera en lo alto y desde allí podría contar los días que le faltaban para el final.

Día 0.



Libertad. Esa era la palabra preferida y más usada por la humanidad, pero carecía de sentido, nadie era libre totalmente y tampoco podría serlo, la vida estaba ligada a la muerte desde el momento de la concepción y alumbramiento.
Con el tiempo, un sinónimo de esta palabra fue el sexo, según con cual se naciera eras más libre. En las calles era seguro andar si eras un hombre, los violadores no sentían gran aprecio por los chicos jóvenes que andaban a altas horas de la madrugada vagando por las frías calles nevadas. Nadie se fijaba en alguien con el pelo corto, contribuía que su ropa estuviera deshilachada y sucia por el paso de los días en la calle, pero eso no importaba al muchacho que corría contrarreloj por su vida, buscando que una libertad efímera.
Su vida se había limitado a huir de las personas que querían meterle en un orfanato puesto que era huérfano y no tenía a nadie, pero él no quería tenerlo, no necesitaba una familia para cumplir sus objetivos y no tenía tiempo que perder con gente que nunca adoptaría a un chiquillo de quince años, solo estaría dentro de esa institución mugrienta durante un año hasta que con la edad de dieciséis le mandaran a buscarse la vida, pero ¿no era eso lo qué ya hacía? Vivía en la calle, comía de la calle, de las sobras, dormía en rincones oscuros y su cuerpo se adaptaba a los distintos cambios estacionales. Nadie podría contra él, hasta esa noche.
La luna nueva dejaba que la oscuridad engullera todo, su fuerza le debilitaba y hacía que todo su cuerpo se ralentizara. Los días así solía esconderse para dormir, no se movía hasta que la luna volvía a ofrecerle cobijo con su luz, pero ese eclipse le pilló en una de las grandes calles concurridas de la avenida y con ello se encontró a la policía que se encargaba de los niños de la calle. Él se vio atrapado por un par de hombres y rápidamente fue llevado a un orfanato. Le creyeron enfermo y moribundo debido a su piel blanca y sus ojeras, aunque la ropa y olor no daba la sensación de lo contrario.
Tras tomarle las constantes le dejaron en una pequeña habitación con un barreño con agua tibia y algo de ropa holgada que podría utilizar. Allí la luna era inexistente y su cuerpo apenas reaccionaba mientras se lavaba y cambiaba asegurándose de que estaba totalmente tapado y que su pelo corto de color oscuro estaba desordenado. Al cabo de un rato alguien llamó a la puerta y le condujo a su nueva habitación, estaba solo y recluido por si tenía alguna enfermedad, lo prefería así esa noche.
–Aquí estarás hasta mañana, Xiel –informó la mujer sin mucho ánimo y alejándose para no contagiarse de lo que pudiera tener el muchacho. Este entró tranquilamente pasando por su lado y se dio la vuelta para mirarla, entonces sus ojos castaños brillaron un segundo mientras ella observaba sus finas facciones–. Será mejor que no estés enfermo si quieres que alguien te adopte.
–Como si eso fuera posible –dijo Xiel suspirando.
La puerta se cerró tras la mujer y se escuchó como la llave giraba en la cerradura. Xiel fue hasta la ventana y observó que no podría saltar. Miró el cielo con todas las estrellas brillando con fuerza, sin luna que le diera cobijo y una lágrima cayó de su mejilla mientras pensaba en su libertad arrebatada por la fuerza gracias al influjo de la luna que le hacía débil ese día.
Lloró hasta que se quedó dormido en el alfeizar, con el rostro claro recuperando color. Pero su tiempo ya había quedado marcado con su debilidad. Sabía que le quedaba un ciclo lunar y que los días estaban en su contra, totalmente encerrado no podría luchar contra la gran catástrofe que estaba por suceder una vez más.