Era el invierno más frío hasta la fecha. Todos en el pequeño poblado estaban ocultos en sus madrigueras ocultas entre las grietas de los grandes árboles que gobernaban ese bosque tan peculiar y misterioso. El río se había congelado al principio del invierno y descongelar el agua era una ardua tarea que pocos hacían para sobrevivir. Solo con la llegada de los cachorros decidían que era necesario.
Ese día tres jóvenes dieron a luz sus camadas. Todas tuvieron crías que reflejaban la fuerza y la vitalidad de sus madres, aunque se ocultaban de los visitantes.
Sin embargo, una joven estaba en el borde del río, llorando. Ella había querido traer al mundo a su propia prole, pero no había conseguido engendrar a ningún ser dentro de su vientre. Mientras todos celebraban el nacimiento de los diez retoños, ella lloraba en la orilla del río congelado.
Su cuerpo almacenaba el calor que su pelaje le proporcionaba. La suave cola se enredaba en sus piernas y brazos para dotarla de la temperatura adecuada para poder sobrevivir al clima.
Con las orejas caídas miraba su reflejo en el hielo de la superficie que antes había tenido vida en su interior. Cualquier macho de su especie hubiera dicho que era una joven Vulpin en buen estado. Sus ojos dorados como la miel dejaban ver sus pupilas verticales. Su rostro humano albergaba una cara juvenil. Luego estaba su largo pelo rojizo que caía por su espalda desnudo, aunque su propia piel de zorro la protegía del frío. Apenas una fina banda de tela cubría las partes que le dotaban de su género femenino, partes que tenían en común con los humanos que antiguamente habían existido.
Ella era una Vulpin, una raposa roja y joven. Esta raza tenía rasgos humanos y muchas costumbres de sus antecesores, pero sus genes animales dominaban la mayor parte de su cuerpo y su instinto. Podían tener grandes camadas como los zorros, pero hablaban y sentían vergüenza de su desnudez como los humanos, también andaban a dos patas y vivían en pequeñas comunidades.
Ella solo miraba lo que podría estar en su cuerpo para que no hubiera llevado nada en su interior. Se había apareado con un macho joven que la reclamaba como suya, allí el trato era así en la época de celo y ella estaba tan ilusionada con ser madre que lo demás no le importó.
Escuchó un ruido, un llanto de bebé que no conocía. Luego un olor extraño, tampoco era alguien de su raza. Con la curiosidad y el silencio que tan bien definía a estos seres se acercó y entre los matorrales pudo ver algo magnífico.
Entre mantas manchadas de sangre había una criatura cubierta de un pelaje blanquecino. Ella miró a su alrededor antes de coger al recién nacido y ver una lista negra que le recorría la espalda hasta el final de su pequeño cuerpo.
No podía creerse que una madre hubiera abandonado a su cría, una que tenía sus rasgos y que era muy distinta. Supuso que se trataba de vergüenza y cobardía, un ser así duraría una hora en el bosque a merced de cualquiera.
La raposa acunó al bebé con cariño y se lo colocó cerca del pecho, vio como la criatura quería mamar y se mordió el labio nerviosa. Ella no había sido madre, no podía alimentarla con su leche. Asimismo, aparecer con un bebé que otra había abandonado iba a ser alarmante y vergonzoso para la madre. Pero la joven no iba a abandonar a su pequeña plegaria y se la pegó al pecho antes de poner rumbo al poblado.
Cuando estuvo en el lugar correcto se introdujo por el hueco de un árbol y comprobó que su casa seguía en perfecto estado. Fue rápidamente a la cama y cogió una manta para cubrir al recién nacido. Comprobó que estaba sano y luego vio que se trataba de una hembra, una niña abandonada a su suerte.
Con una palangana de agua tibia limpió a la pequeña hasta que comprobó que efectivamente acababa de nacer y que estaba bien a pesar de haber pasado frío. La envolvió bien y salió de su casa para ir a otra rápidamente. Cuando entró el calor le subió hasta las mejillas y fue hasta el pequeño sofá donde los visitantes esperaban.
Ese árbol tenía varias cámaras subterráneas donde vivían distintas personas, pero a ella le interesaba quien recibía a todas las hembras.
—Tesoro, ¿qué haces aquí? —preguntó una anciana con el pelaje pardo mientras se acercaba a la joven—. ¿Qué traes contigo?
La raposa dejó ver la carita del bebé y enseguida se vio arrastrada hacia una de las habitaciones ocultas en los pasillos. Cuando quiso darse cuenta le habían quitado a la cría de sus brazos y la examinaba la anciana.
—¿Desde cuándo tú puedes dar a luz?
Ella se encogió, era cierto que no podía, lo había comprobado y esa anciana se lo había dicho antes de intentarlo. Apenada miró a la criatura y supo que iba a protegerla.
—Estaba abandonada en el río. No podía dejar a un bebé allí, se moriría —dijo acercándose hasta la pequeña que agitaba los brazos.
—Esta cría no es como nosotros. ¿Has visto su pelaje? Ni siquiera creo que pertenezca a la tribu de las montañas heladas, esta lista negra es distinta...
—He pensado criarla... —admitió la joven con algo de esperanza.
—Kim, no has tenido crías. Este ser está condenado a perecer...
Kim se había abalanzado hacia delante y había cogido al bebé con gesto protector. No iba a dejar que muriese, que después de haber nacido perdiera la vida.
-¡Ni hablar, mamá! -exclamó envolviendo a la pequeña—. Es mía, no voy a tener crías, pero es mía.
La anciana negó, su hija había sido la última en nacer, la última de todos sus hijos y la más débil. Ella misma la había criado con esmero para que sobreviviera, entendía su posición respecto a la niña.
Negando fue hasta uno de los estantes y cogió un biberón con leche caliente, siempre los preparaba para las madres que tenían demasiadas crías y no podían alimentarlas. Normalmente no sobrevivían si se criaban únicamente con biberón pero no iba a decírselo a su propia hija. Por eso se lo dio y salió de la habitación, si Kim tenía instinto materno tendría que demostrarlo.
La raposa se tumbó en la cama con el biberón y la niña. Se hizo una bola y enroscó su cola en torno a la pequeña. Luego puso la tetina a su alcance y esperó a que mamara sola. Cuando lo hizo de sus ojos saltaron lágrimas y miró cómo la pequeña criatura comía con ganas.
—Juro que te protegeré de todos. Vas a vivir, pequeña Shiro.
Y le puso ese nombre por su pelaje blanco, por su fuerza y porque nació en el más frío invierno, trayendo una esperanza y dándole a Kim una hija más que deseada.
***
Esto es, como bien indica el título, un adelanto o muestra de mi próxima historia. Esta no la subiré al blog, aunque puede que sí algunas frases que me gustes. Si os llama la atención o queréis saber más demostrarlo, que no quede en otro intento de historia.
Muchas gracias a todos los que lean esto.
A mi me gusta, si la subes a wattpad o dónde sea avisa y la leeré. Parece una historia diferente, aunque... al principio pensaba que eran lobos. En fin, espero que poder leerla.
ResponderEliminarP.D. Shiro es blanco en japonés e.e
Muchas gracias por comentar.
EliminarNo creo que la suba a no ser que la acabe antes, que ya seria raro en mi. Pero bueno, yo lo sigo intentando. Creo que será una historia corta.
Y sí, por eso elegí ese nombre. Además, Shiro suena muy bien.
¡Hola! Me ha gustado mucho este anticipo, estoy deseando saber qué le depara el destino a la pequeña Shiro. Espero poder seguir leyéndote
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