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viernes, 23 de enero de 2015

Día 3.


Había sido una mañana bastante tranquila para toda la casa. El cielo amenazaba lluvia por lo que nadie había salido a cabalgar, esto agradaba a Xiel que solo había tenido que alimentar a los animales. Después había ido a la cocina y se había servido un plato de copos de avena, una fruta y un vaso de leche. Esto era lo que debía desayunar todas las mañanas, ese día estaba encantado porque apenas había revuelo en la cocina, solo estaba Ginna allí por lo que podía tranquilizarse. En los tres días que llevaba en esa casa, la mujer se había convertido en un pilar para él mientras buscaba su salida de esa cárcel disfrazada de gran casa señorial con bonitos jardines.
Comía sin ganas a pesar de todo, la comida de la cocinera estaba buena, no lo dudaba, pero quería su libertad a toda costa antes de que alguien pudiera encariñarse de su persona, podía pasar y temía que Mikka estuviera haciéndolo sin darse cuenta.
–¿Pensando en asuntos de faldas? –preguntó Ginna sentándose a su lado.
Xiel levantó la cabeza de golpe, mirando los ojos viejos de la cocinera y dedicándole una sonrisa mientras negaba.
–Todo lo contrario. No me interesan las faldas de momento –respondió.
–Es una pena, tienes unos rasgos muy apuestos... Ya me gustaría a mí ser más joven para poder aprovechar tus visitas a esta vieja momia.
–No eres una momia, Ginna –recordó el joven apartando el plato sin ningunas ganas. Tenía cosas que hacer y poco tiempo que perder–. Me vuelvo a las cuadras, tal vez el señorito Nash cabalga por la tarde.
–Hoy el señorito no va a salir de su habitación –le comentó la cocinera a Xiel cuando éste se levantaba–. Ha pedido que nadie le moleste, lamentablemente no quiere bajar a desayunar y así nunca va a recuperarse del todo.
El joven observó la mirada de Ginna. Sabía que la cocinera tenía un trato directo con todos los de esa casa, que era querida y respetada por todos los años que estaba allí sirviendo y seguramente seguiría después de no poder andar sin ayuda de un bastón. Xiel observó la cocina, estaba sola ese día y no entendía la razón ya que siempre había alguna sirvienta limpiando los platos o el suelo, incluso cuchicheando en algún rincón de ese sitio.
Cuando miró a Ginna a los ojos supo que nada bueno se le podía ocurrir, brillaban y se había levantado de la silla de su lado casi derribando el poco contenido que había dejado en su razón de copos. Desapareció después por una de las puertas y Xiel se quedó quieto allí. Pudo haberse ido pero algo le decía que Ginna quería algo de él, para bien o para mal debía ayudarla como ella había hecho esos días cuando llegó a su nuevo hogar.
Se recorrió toda la cocina, al principio confuso y luego con una gran curiosidad por ver cómo funcionaban los fuegos, como bullían las cacerolas y el olor a hierbas que había por todos lados. Era un sitio agradable y cálido, no como su cuadra. Cuando sintió unos golpecitos en su hombro y se giró para ver lo que pasaba dio un par de pasos atrás confuso.
Ginna estaba sonriendo como nunca, portaba un vestido azul grisáceo con una falda amplia pero lisa, un pequeño corsé hasta la cintura y mangas cortas. Instintivamente el chico se había echado hacia atrás al verlo sin saber muy bien qué decir ni qué hacer.
–Era de cuando podía ponerme estas cosas sin parecer carne embutida –explicó Ginna–. Necesito que me hagas un pequeño favor.
–No creo que me guste...
–Tienes un cuerpo perfecto para el vestido, se puede ajustar al pecho aunque no tengas, el color te hará más atractivo...
Xiel había abierto sus ojos castaños y había negado, le incomodaba esa situación. Dudaba por como hablaba Ginna que hubiera descubierto que bajo sus ropas holgadas se encontraba una mujer, aun así ese vestido no podía traer nada bueno.
–El señorito Nash solo recibe criadas o a las hijas de estas cuando está enfermo... No quiero que enferme más, al final se morirá si sigue así... –susurró apenada la cocinera–. Es como mi hijo desde que la señora murió, le prometí cuidarlo hasta el fin de mis días en esta casa...
–No sé si es una buena idea, Ginna...
–Solo tienes que ponértelo y llevarle algo de sopa caliente para que coma. A ti te hará caso, no se resiste a las criadas –aseguró la mujer.
Xiel negó instintivamente. La resistencia no era problema para él, si se enteraba estaría despedido y en la calle... Después de ese razonamiento sonrió y cogió el vestido sin decir nada. Se fue a la habitación y se quitó sus ropas masculinas para vestirse de lo que era en realidad. El vestido cayó por sus caderas sin hacer ruido, se puso las mangas correctamente y sacudió su cabello corto con las manos para despegarlo de la coronilla. Allí no había espejo, por lo que no pudo verse y cuando salió los ojos de Ginna mostraban sentimientos contradictorios que le habían templar a cada paso que daba.
–He cogido unos zapatos de ahí –murmuró Xiel con las mejillas sonrojadas.
La mujer seguía con la boca abierta mientras observaba como el vestido encajaba en Xiel como si de verdad le perteneciera, le daba un toque perfecto para hacerse pasar por mujer y poder entrar. Vio cómo el muchacho se daba la vuelta y señalaba las cuerdas aun sin atar. Ella rápidamente ajustó cada una de ellas creando lazos y nudos, haciendo que el vestido se ciñera al cuerpo del muchacho de una manera impresionante.
–Lo único que pasa es que tengo el pelo corto –susurró Xiel al girarse de nuevo, haciendo una mueca que sonrojó a la mujer.
–No... Así estás perfecto... Eres precioso...
Xiel había sonreído con timidez al principio, era la primera vez que se sentía bien con un vestido, allí nadie podría hacerle daño por ser una mujer y nadie lo comprobaría realmente.
Después de las primeras impresiones, Ginna, había preparado una bandeja con lo que su niño convertido en bello cisne debería llevar a Nash, sabía que este se iba a alegrar. Tras darle la bandeja y comprobar que ni siquiera tenía que pellizcar las mejillas del joven gracias a su sonrojo natural le había indicado donde estaba la habitación del señorito y le había dado la buena suerte una vez se había internado en el pasillo interior de la casa, dejándole solo y desprotegidos.

***

Por suerte el equilibrio de Xiel no se vio alterado por el vestido. Caminaba con gracia por los largos pasillos de la casa, admiraba los cuadros y telas que cubrían algunas paredes a modo de decoración. Tenía que recordar que ser una criada le obligaba a hablar y actuar de otra forma, solo debía darle la bandeja a Nash y todo iría bien, saldría ileso.
Tras una buena caminata encontró la puerta que había nombrado Ginna. Llamó un par de veces pero el silencio le devolvió la respuesta. Impaciente recordó que la cocinera le había indicado que entrara, que no le iba a pasar nada si no mostraba que era Xiel en realidad. Él abrió la puerta y se asomó ligeramente mientras tocaba un par de veces más con insistencia.
El cuenco con sopa casi se derrama cuando Xiel vio a Nash, pero este no miraba en su misma dirección. El joven muchacho que había tratado tan mal el día anterior a Xiel miraba al exterior, sentado en una silla al lado de la ventana. Aun llevaba puesta la ropa de cama y los cordones que sujetaban el cuello estaban sueltos dejando ver su piel blanca relucir por el poco sol que entraba. Pero no solo esto sorprendió a Xiel, en la mano de Nash había un cigarrillo encendido que se llevaba a los labios aspirando y luego soltando una nube de humo blanco sin inmutarse.
En ese momento Xiel dio un traspié con la alfombra e hizo sonar los cubiertos sobre la bandeja. Nash se giró soltando el humo del cigarrillo y entornó los ojos buscando a la culpable del ruido. Sin embargo, sólo logró ver a una chiquilla borrosa. Se puso en pie y aplastó el cigarrillo sobre la superficie de madera que utilizaba para dejar la ceniza mientras el papel y el tabaco se consumía poco a poco entre sus labios. Lentamente se acercó a Xiel, este no se había movido cuando observó que se acercaba, sus piernas se habían quedado clavadas al suelo mientras observaba como la camisa se abría ligeramente en el cuello a falta de sujeción. Segundos más tarde tenía la mano de Nash sobre el mentón y sus ojos intentaban meterse en su interior, pero Xiel pudo ver las sombras grises en los ojos de Nash, como se intentaba esforzar por buscar los detalles de su cara como si jamás se hubieran visto a pesar de haberlo hecho.
–¿Quién eres tú? –quiso saber el muchacho evaluándole.
–Soy una sobrina lejana de Ginna –respondió Xiel conteniendo el aliento–, me llamo Ciara... Mi tía me ha pedido que te traiga la comida porque informa que no ha comido nada desde la cena del día anterior.
El muchacho siguió mirándola con intensidad, se había fijado en los movimientos de su boca, en los ojos castaños de Xiel mientras él aguantaba la respiración intentando mantener la calma en esa situación tan precaria para él. Cuando le soltó su alivio no se manifestó, en cambio la inquietud y necesidad se adueñaron de las células de su piel que reclamaban el contacto eléctrico de Nash unos segundos más. Cuando el muchacho se alejó lo suficiente su concentración volvió a la normalidad y dejó la bandeja sobre la mesa intentando no volcar su contenido.
–Te la puedes llevar –informó Nash–. No quiero comer.
–Pero Ginna ha dicho que no has comido replicó Xiel girándose para mirarle a los ojos–. Todos necesitamos comer para seguir adelante.
Los ojos de Nash relucieron con un brillo opaco y verde apagado, Xiel nunca los había visto así, ni siquiera el día que le adoptaron y pensó que ya había visto el dolor en los ojos verdes de ese joven. Pero se estaba equivocando, no había visto nada real ese día, salvo en ese momento cuando una mirada perdida atrajo a la de Xiel. En ese segundo supo que Nash tenía sufrimiento en su mirada y que lo escondía tras una puerta en la que no había dejado entrar a nadie, tampoco a Xiel si no hubiera sido por su disfraz de criada.
–¿Y si yo no quiero seguir hacia delante? –preguntó Nash al cabo de unos segundos–. ¿Y si una persona sabe que va a perder todo, incluso lo más preciado para ella, con el tiempo?
–Nacemos para morir, señorito Nash –respondió en desgana Xiel. Dio un paso hacia delante, pero vio como su interlocutor se alejaba otro tanto y se mantuvo quieto para no aumentar el abismo que les separaba–. Es la ley. Nuestra vida dura la que dure sin que nosotros podamos hacer nada. Al final el dinero, las fortunas, las tierras o una mujer no le harán feliz por más tiempo del que puedan durar también.
Nash mostró un atisbo de sonrisa, pero apenas duró unos segundos cuando Xiel pudo ver como se miraba la mano con intensidad. Era como si buscara lunares invisibles en una piel blanca y con rozaduras por las riendas de los caballos. Pudo ver como una tortura invadía la mirada se Nash a cada segundo que pasaba, incluso preocupándose.
–¿Crees que porque sea rico el dinero es lo que más me importa? –preguntó al rato Nash.
Xiel así lo pensaba, mirando la habitación, la comida, las ropas que poseía... Creía que ser rico le hacía mimado y egoísta, pero no se esperaba esas palabras saliendo de la boca de Nash sin ninguna felicidad. El muchacho se acercó a su señor y esta vez se pudo acercar lo suficiente como para ver lo que mirada, entonces se llevó una mano a la boca por la sorpresa y tristeza.
–Lo siento, señorito Nash. No era mi intención...
Durante unos segundo Nash había cerrado los ojos y había respirado profundamente antes de abrirlos y observar la cara borrosa de Xiel, que para él era Ciara. Le resultaba familiar pero en su estado no podía comprender cuánto en realidad. Dejó caer las manos y sacudió la cabeza soltando el aire que albergaban en sus pulmones.
–Nadie tiene la intención nunca –respondió este negando–. Tú no informes a nadie de lo que has visto y no haré que te echen.
Xiel hizo una mueca porque si mandaban echar a Ciara la única perjudicada sería Ginna al ser la tía de esa chica imaginaria.
–¿Puedo preguntar cómo le pasó? –dijo Xiel encontrando parte de curiosidad en el rencor y la preocupación que tenía hacia esa persona.
–¿No lo estás haciendo ya? –preguntó a su vez Nash.
–Tal vez sí...
–Un problema en la sangre y una mala caída del caballo –respondió el joven encogiéndose de hombros.
Xiel volvió a mirar su cara, sus ojos opacos y el resto de esperanza que le quedaba en ellos. No lo entendía, no podía creer que tras esa experiencia y lo que había sufrido siguiese montando sin importarle.
–¿Por qué monta a caballo aun si fue justamente eso lo que provocó su problema? –se atrevió a preguntar Xiel.
Nash sonrió mirando sus ojos castaños.
–Me hace sentir libre.

***
Una fina línea blanca iluminaba el cielo nocturno junto a las estrellas. Xiel estaba tumbado sobre las briznas de hierbas mientras absorbía de su preciada luna los rayos que empezaban a crecer de nuevo. Hacía viento y movía el agua de la orilla, sus ojos seguían recordando la conversación de esa mañana con Nash.
–Libertad –se dijo para sí mismo–. Todos queremos conseguirla... ¿Eres tú mi libertad, querido cuerpo que ilumina mis noches en vela?

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