El sol amenazaba con quemar los finos párpados de Xiel mientras este despertaba de su ensoñación. Por un segundo creyó que todo lo que había pasado en la noche se trataba de una pesadilla pero al verse entre esas cuatro paredes, con ropa limpia y sin poder huir la verdad cayó sobre sus hombros como una llovizna fría. Se puso en pie rápidamente y sintió vergüenza, estaba claro que esa ropa no le pertenecía y que dejaba que su silueta se pudiera intuir. Xiel estaba delgado, apenas comía todos los días, su cuerpo se había quedado reducido al de un joven, casi niño. Tampoco ayudaba que sus rasgos fueran tan delineados y significativos. Limpio y lavado parecía otro y eso causaba terror en su interior.
No sabía qué hacer en ese momento, saltar por la única ventana no era una opción válida. La luna se escondía tras la luz del sol pero él sentía la atracción magnética que causaba en su ser y como el tiempo le consumía poco a poco. Le quedaban veintiocho días, solo esa diminuta cifra y su cometido se habría acabado antes de empezar. Maldijo en sus adentros mientras arreaba una patada a una pata de la cama haciendo retumbar esta y alertar a sus sentidos del dolor. Sentía, volvía a sentir y eso le preocupaba, tenía que darse prisa o sería tarde para todos.
Tras recorrer cada rincón de la habitación se sentó en la cama e intentó pensar con sensatez, tendría que escapar y no tenía intención de volver a ser capturado, de todas maneras el tiempo corría en su contra y necesitaba empezar la labor antes de que fuera demasiado tarde. Pensando y maquinando sobre su huida escuchó como la puerta de madera hacía ruido cuando se abría. Miró su ruta de escape y vio a una mujer algo mayor y rechoncha con cara afable.
No se fiaba, no le gustaban los desconocidos por si querían hacerle daño, había arriesgado toda su vida y había cambiado demasiadas cosas como para volver a tener esas ataduras que condicionaban su recién arrebatada libertad. Se puso en pie para estar preparado para huir, pero no pudo, la mujer le detuvo colocando una mano en su frente y tranquilizándolo por completo. Solo pasaron unos minutos cuando se vio de nuevo libre de su embrujo, estrechó los ojos para poder averiguar qué hacía cuando vio de nuevo la sonrisa de la mujer.
–Sin fiebre puedes bajar a desayunar –informó sonriendo–. Hay que trabajar, eres de los mayores aquí y necesitamos toda la clase de ayuda posible.
Desarmó al muchacho en cuando las tripas de este demandaron alimento. Se puso colorado y bajó la cabeza. Aunque no le gustaba la parte de ayudar, la primera le llamaba a gritos y quería comer algo, necesitaría fuerzas para intentar escapar en algún momento de la mañana. La mujer salió de la pequeña habitación y le indicó con el dedo que siguiera sus pasos.
No tardaron mucho en bajar a la primera planta y entrar en un gran salón. A Xiel le horrorizó la imagen de todos esos niños pequeños. Cada cual estaba más delgado, más apagado, menos sonreía y más lloraba. Eran niños sin familia, como él, pero de lejos tendrían su misma suerte. Cuando quiso darse cuenta estaba sentado entre un grupo de chicos de doce años, seguramente los mayores que nadie había querido adoptar y no le extrañaba. Los humanos querían que sus futuros hijos fueran agradables a la vista y estos no eran muy refinados, tenían algunos problemas de psicomotricidad y comprensión en el lenguaje. Él no se parecía a ese grupo, salvo en que no tenía padres que fueran a sacarle de allí antes de la próxima luna nueva, tenía que idear un plan.
Comió un par de cucharadas del cuenco con copos de avena pero se sintió tan mal al ver que los demás niños ya habían acabado sus raciones por lo que les dio también su parte, tampoco es que estuviera demasiado bueno al paladar. Sintió en ese momento como alguien colocaba una mano sobre su hombro y se sobresaltó un poco al ver a una muchacha, más o menos de su edad por lo que se sorprendió.
–Eres la primera que les da algo de comer extra –informó con cariño–. ¿Cómo te llamas?
Dudó, por un segundo no supo si decir su nombre a la ligera y cerca de tantas personas le traería alguna seguridad extra.
–Xiel –respondió despacio–. Amnixiel.
Ella arrugó la nariz. En verdad la chica no era fea, no fue hasta que vio su problema cuando se dio cuenta del porque no era adoptada. Tenía la pierna totalmente destrozada, algo había cortado su piel y esta había sanado de cualquier manera dejando cicatrices profundas. Además, llevaba una muleta fabricada con un palo que sostenía su fino cuerpo. Nuevamente la humanidad dio asco a Xiel, por negar a esa chica un hogar mejor que un orfanato, solo porque tuviera una pierna así no dejaba de ser persona.
–Xiel es un nombre bastante masculino –opinó volviendo al muchacho a la realidad–. Para ser una chica tienes un nombre muy raro.
Ella había acabado de hablar con la palma de la mano de Xiel en la boca, entorpeciendo su última frase. Rápidamente se había levantado hasta quedar a su altura y mirar sus ojos azules oscuros. Era verdad, mirando a la pobre chica coja y a Xiel no había mucha diferencia. Tenían la misma altura, rasgos parecidos y manos pequeñas que serían casi imposibles de alcanzar si fuera un hombre de verdad. Tenía pecho, aunque debido a su falta de alimentación y nutrientes no se había desarrollado lo suficiente como para sobresalir como el de la chica. Su pelo era corto, a diferencia del de cualquier mujer que habitaba en la ciudad.
Xiel tenía una buena razón para ocultar su feminidad bajo una capa de ropa y pelo masculino. La humanidad trataba a las mujeres como objetos y una chica callejera sin padres para protegerla no duraría ni dos días en la calle dada su condición. Los violadores se fijaban en los vestidos, en las tallas pequeñas y cabelleras largas, Xiel no tenía nada de eso.
–No se lo dirás a nadie –susurró Xiel en voz baja, recuperando el tono femenino que había dejado de usar con el tiempo–. No deben saber que soy una mujer.
La maltrecha huérfana asintió con los ojos muy abiertos y luego Xiel apartó la mano evitando su mirada. Así no estaba seguro, tenía que parecer un hombre a toda costa y más si quería salir de allí.
–¿Xiel es tu verdadero nombre?
–Ciara, me llamo Ciara pero ya he dejado de usar ese nombre –respondió Xiel negando–. ¿Cómo te llamas tú?
–Evangeline. Siento si te ha molestado que dijera algo fuera de lugar, creía que no importaba –murmuró la muchacha.
Xiel suspiró, tampoco la conocía para culparla. Alzó la mirada hasta que sus ojos marrones y los suyos azules se encontraron. Era extraño, él no confiaba en ninguna persona y tenía que salir de allí.
–¿Hay alguna manera de huir? –preguntó al cabo de un rato, mirando a su alrededor y asegurándose de que nadie les prestaba atención–. Tengo que salir de aquí.
Evangeline se mordió el labio, sabía algunas maneras de escaparse pero ella jamás había querido salir del sitio que le había dado comida y cama durante tanto tiempo mientras que la humanidad le había tachado de leprosa. Miró a Xiel, este parecía un hombre a pesar de tener el mismo género, si no fuera una mujer temblaría de miedo a que pudiera hacerle algo. Siempre había creído en la maldad de los hombres, ni siquiera se acercaba a los chicos mayores del orfanato para estar seguro, o sentirse así.
–Cuando vienen las personas a adoptarnos –respondió dudosa–. Doña Sol y Doña Luna están pendientes de librarse de algún niño..., pero hay muchos adultos. Salir es complicado si no te adoptan.
El muchacho ya estaba pensando como escapar. Había un tiempo en el que las personas podían entrar y eso significaba que también podrían salir con o sin niños. Sonrió a Evangeline y luego salió del comedor. Necesitaba pensar con calma y asegurarse de que no iba a fallar.
***
La tarde se cernía lentamente sobre el orfanato. A esas horas todos los niños vestían sus mejores ropas y se debían comportar lo mejor posible para que los adultos que pasaban por allí les dieran una casa, o dinero para seguir manteniendo el edificio. Evangeline había explicado a Xiel que en verano las adopciones se hacían en el patio trasero y que había tenido suerte si quería escapar, en el hall había mucha más gente y podría pasar desapercibido si quería escaparse de esa jaula que mantenía con vida a muchos. El edificio contaba con un gran pasillo que justamente conducía a la puerta abierta, la salida y su nueva libertad. Todos los niños hablaban con los adultos y estos hablaban entre ellos sobre adopciones o limosnas, a veces traían algunos dulces que los más pequeños agradecían y se llevaban a sus pequeñas bocas melladas.
El grupo de los niños mayores no era muy visitado, salvo por las cuidadoras que les pedía comprensión y eso a Xiel le ponía enfermo. Un niño no tenía culpa de estar allí metido a traición después de que sus padres no quisieron cuidarlos, algunos fueron arrebatados de sus familias y las recordaban con dolor. Él, sin embargo, no tenía padres, nunca había tenido y tampoco iba a empezar a tenerla ahora que su momento llegaba.
Calculaba las personas que entraban y salían, así podría aprovechar el momento de mayor bullicio para salir con un grupo de gente. Se hubiera llevado a Evangeline pero ella le había pedido que no, quería quedarse y cuidar de los niños más pequeños para que algún día no corrieran su misma suerte, entonces Xiel se había sentido conmovido y quiso abrazarla para darle ánimos, pero no era el momento.
–Volveré algún día a visitarte –prometió el muchacho mirando las personas, algunos traían niños consigo y le pareció que elegían un juguete con el que entretenerlos–. Algún día esto cambiará para ti también.
Ella sonrió cuando vio que su nuevo amigo se ponía en marcha con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Iba cerca de un grupo de gente acomodada, nadie se hubiera fijado en él si hubiese logrado salir. Pero no lo consiguió, su cuerpo menudo chocó contra otro más fuerte y alto. Cayó al suelo aturdido y miró hacia arriba preocupado porque su plan de escape había resultado fallido por un simple choque de un chico de ojos verdes.
Ambos se miraron durante un segundo y el rubio con pinta de niño mimado chasqueó la lengua y miró a una muchacha rubia con sus mismos rasgos que estaba a su lado y se había reído disimuladamente.
–¿Ves por qué no quería venir a este cuchitril? –dijo fríamente mientras la chica ponía una mano sobre su hombro.
–Nash, tranquilo.
Xiel permanecía en el suelo petrificado. Sentía calor en las mejillas mientras miraba al chico que había noqueado su escape únicamente con su cuerpo y sin darse cuenta. La ira se coló poco después en su cuerpo y se puso en pie lentamente antes de ver como un hombre algo mayor, con sombrero y traje se acercaba a los dos jóvenes casi idénticos. La intención de Xiel fue alejarse, aún estaba a tiempo para huir de su destino encarcelado en ese edificio viejo, pero se quedó petrificado de nuevo al sentir la mirada de ese hombre sobre él mismo.
–¿Este muchacho también es uno de los huérfanos? –preguntó lentamente.
–Padre, no pierdas el tiempo con niños mugrientos -replicó Nash negando–. Vámonos, aún tenemos que comprar los regalos.
El hombre no hizo caso a su hijo y siguió paseando la mirada por el cuerpo de Xiel, examinando cada centímetro. Esa familia había ido para encontrar un mozo, todos los años se llevaban un niño del orfanato y lo criaban para que fuera su criado. El hombre había estado examinando y ese ejemplar de humano le gustaba, era mayor por lo que podría cuidar bien las cuadras y caballos. Miró a sus hijos un segundo y luego cogió a Xiel del brazo.
–Te vendrás con nosotros, nos serás de mucha ayuda –declaró sonriendo malévolamente mientras se acercaba a las cuidadoras.
***
Una tarde entera tardaron en explicar a Xiel su nueva labor. Se encargaba de cuidar a los caballos, debía convivir con ellos en el establo y tenerlos listos cada mañana para las clases de los mellizos. A lo largo de las explicaciones su mente había divagado hacia el bosque, estaba cerca y podría huir en cuanto su nuevo "padre" confiara en él lo suficiente. También estaba el lago, cuando lo vio tan cerca de las cuadras supo que allí pararía la mayor parte de su tiempo libre, supuso que ningún niño mimado se atrevería a meterse en el agua por las noches y espiarle. En cuanto a sus horarios para comer eran pocos y cortos, comería con los demás criados o en la cuadra cuando tuviera cosas que hacer. No recibiría dinero hasta que sus cuidados dieran resultados en los caballos, esos seres que maravillaron a Xiel nada más entrar.
Tras toda esa charla había comido y conocido a la vieja cocinera que se llamaba Ginna, le trataba bien y parecía agradable, como la abuela que nunca tuvo. Tras esa pequeña comida de bienvenida volvió a su cuadra y abrió la puerta de la única habitación utilizable. No era muy grande pero tenía ventana, una cómoda, la cama de paja y una puerta que daba al exterior. Supuso que se trataba de una cuadra reconvertida. No le dio mucha importancia, necesitaba descansar ahora que la luna empezaba a recuperar fuerzas para brillar en el cielo.
Fue hasta la comida y la abrió dejando ver distintas prendas y una toalla enorme y clara. Tenía un uniforme, no le agradaba ir todos los días igual vestido, pero era un mozo de cuadras y le habían mandado comportarse como tal por el momento. En ese instante cogió una camiseta enorme y blanca, la toalla y salió por su puerta personal. El lago estaba a pocos pasos, la luna no existía todavía en el cielo pero necesitaba ese baño y tranquilizarse. Se aseguró previamente de que no hubiera nadie y luego se desvistió dejando la ropa sobre una piedra, la toalla sobre una rama y se lanzó al agua helada del lago.
Él no era capaz de distinguir temperaturas, el agua fría de invierno era templada en su cuerpo y purificaba su piel lentamente mientras dejaba que todo fluyera de nuevo. Se quedó flotando mirando las estrellas, preguntándose cómo era posible que hubiera acabado allí después de toda su lucha. Cerró los ojos y se imaginó el último día cuando el cielo volviese a estar así de negro, tembló. Temía ese día con toda su alma, pero llegaría al final porque no era capaz de cambiar el ciclo lunar conocido desde el principio de los tiempos.
Se sumergió un par de veces hasta lavar todo su cuerpo y luego salió envolviéndose en la toalla lentamente. Su cuerpo sintió el calor procedente del algodón, pero no era más que una vaga sensación de lo que pudo haber sido en su momento. Cuando su cuerpo estuvo seco completamente se puso la camiseta y comprobó que le venía tan grande como había imaginado. Recogió sus cosas y volvió a la habitación tras contemplar el bosque unos minutos y pensar en su nueva huida. No era libre, pero tampoco estaba encerrando entre cuatro paredes, tendría que bastar por el momento. Dejó la toalla en un gancho de la pared, colocó su ropa en una banqueta que encontró y se tumbó en la cama. Esta estaba recubierta de tela, rellena de paja fina y cálida. Se hundió con su peso y luego se echó por encima la manta que había allí. Se hizo un pequeño ovillo y observó el cielo, desde allí podría ver la luna cuando estuviera en lo alto y desde allí podría contar los días que le faltaban para el final.
Tras toda esa charla había comido y conocido a la vieja cocinera que se llamaba Ginna, le trataba bien y parecía agradable, como la abuela que nunca tuvo. Tras esa pequeña comida de bienvenida volvió a su cuadra y abrió la puerta de la única habitación utilizable. No era muy grande pero tenía ventana, una cómoda, la cama de paja y una puerta que daba al exterior. Supuso que se trataba de una cuadra reconvertida. No le dio mucha importancia, necesitaba descansar ahora que la luna empezaba a recuperar fuerzas para brillar en el cielo.
Fue hasta la comida y la abrió dejando ver distintas prendas y una toalla enorme y clara. Tenía un uniforme, no le agradaba ir todos los días igual vestido, pero era un mozo de cuadras y le habían mandado comportarse como tal por el momento. En ese instante cogió una camiseta enorme y blanca, la toalla y salió por su puerta personal. El lago estaba a pocos pasos, la luna no existía todavía en el cielo pero necesitaba ese baño y tranquilizarse. Se aseguró previamente de que no hubiera nadie y luego se desvistió dejando la ropa sobre una piedra, la toalla sobre una rama y se lanzó al agua helada del lago.
Él no era capaz de distinguir temperaturas, el agua fría de invierno era templada en su cuerpo y purificaba su piel lentamente mientras dejaba que todo fluyera de nuevo. Se quedó flotando mirando las estrellas, preguntándose cómo era posible que hubiera acabado allí después de toda su lucha. Cerró los ojos y se imaginó el último día cuando el cielo volviese a estar así de negro, tembló. Temía ese día con toda su alma, pero llegaría al final porque no era capaz de cambiar el ciclo lunar conocido desde el principio de los tiempos.
Se sumergió un par de veces hasta lavar todo su cuerpo y luego salió envolviéndose en la toalla lentamente. Su cuerpo sintió el calor procedente del algodón, pero no era más que una vaga sensación de lo que pudo haber sido en su momento. Cuando su cuerpo estuvo seco completamente se puso la camiseta y comprobó que le venía tan grande como había imaginado. Recogió sus cosas y volvió a la habitación tras contemplar el bosque unos minutos y pensar en su nueva huida. No era libre, pero tampoco estaba encerrando entre cuatro paredes, tendría que bastar por el momento. Dejó la toalla en un gancho de la pared, colocó su ropa en una banqueta que encontró y se tumbó en la cama. Esta estaba recubierta de tela, rellena de paja fina y cálida. Se hundió con su peso y luego se echó por encima la manta que había allí. Se hizo un pequeño ovillo y observó el cielo, desde allí podría ver la luna cuando estuviera en lo alto y desde allí podría contar los días que le faltaban para el final.
¡Hola! ¿Qué tal?
ResponderEliminarTe he nominado al premio Liebster Award en mi blog, puedes verlo aquí: http://ana-books.blogspot.com.es/2015/01/premio-liebster-award.html
Pásate cuando puedas y avísame cuando hagas tu entrada:)
¡Un beso! Ana Books