Recordaba haber oído la lluvia caer toda la noche, golpear contra el cristal y hacer vibrar los cimientos de mi casa como si miles de espíritus recorrieran el tejado en una profesión interminable.
Los sonidos se desvanecieron según el sueño fue apoderándose de mi sentido de la consciencia y, entonces, nada. Todo desapareció a mi alrededor engulléndolo una oscuridad que parecía que jamás iba a acabar. Los miedos se hicieron presentes, la lucha contra mis temores creció en el interior de mi alma. Vagaba por túneles oscuros llenos de agua sucia que me asqueaba, solo quería salir de allí, pero mis ojos eran ciegos ante ese panorama y solo el sentido del tacto a través de las paredes me pudo guiar hasta por fin ver una luz.
Era pequeña y dorada al principio, lucía en intervalos al fondo y, sin pensar, corrí todo lo que mis piernas pudieron con el agua. Tal era mi ansia de llegar a la luz que no me di cuenta que al final del túnel había un precipicio y, mientras caía sin remedio y sin voz para gritar, veía la luz que seguía en el centro de mi mundo brillando como una estrella fija en el cielo.
Cerré los ojos y me abandoné a mi suerte. Una caricia del frío aire me hizo abrirlos de nuevo y me vi tumbada en una húmeda hierba de color verde oscuro. Veía el cielo azul con un sol tan enorme y brillante que me pude cegar si no fuera porque aparté la mirada y me puse en pie poco a poco.
Recordaba haber caído desde lo alto, pero ahora con los pies en la tierra empezaba a andar y descubrir mundo. No me gustó, solo podía dar unos pocos pasos por ese mundo finito y volver a ver el precipicio.
Me senté en el suelo cogiendo mis rodillas y las voces ocultas en mi interior me susurraron con voz envolvente que era mi final, que la oscuridad me envolvía como la sombra permanente en el día soleado. Mis lágrimas no llegaban al suelo porque se consumían a causa del calor. Me di cuenta de que seguía ciega, que no podía ver la realidad de mi mundo y, sin darme tiempo a reaccionar, la tierra se abrió y me dejó caer sin hacer ruido, sin daño alguno mientras esa estrella fija desaparecía de mi vista de nuevo.
Abrí lo ojos alarmada, seguía en mi cama pero ya no se oía lluvia ni viento, los espíritus se habían ido a otras casas y yo, fijándome en el exterior, sonreí.
Vi como el sol se abría paso por el horizonte, dejando los colores oscuros atrás, robando a las estrellas su luz para hacerse notar.
Recordé en silencio la vieja enseñanza de mi abuela, la dulce melodía de su voz que me llenaba de calor y me envolvía como una manta.
"Por difícil y oscura que parezca la noche, siempre saldrá el sol para ti"
Me encanta la frase final. No sé si es pensamiento propio o de tu abuela, pero es precioso
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