Ese día había sido muy tranquilo. Xiel no había visto a ningún
mellizo merodeando por sus cuadras, los caballos se habían portado bien. La
comida era sublime, como si siempre se celebrara algo, por mínimo que fuera.
El muchacho se había sorprendido yendo a caballo por los alrededores, montando a Black para que no perdiera la costumbre, como el día antes había prometido Ciara a su dueño. Todavía le resultaba raro tener dos personas dentro de sí mismo, en realidad ser mujer no era tan malo, había conocido a un Nash encantador. El problema estaba en que una vez había empezado a trabajar como un hombre no podía cambiar, le echarían de inmediato y por raro que pareciera no quería irse, no aun, no sin saber qué sería de Nash.
En dos días había cogido cariño a ese joven de mirada triste y rota. No poder ver, le parecía el mayor castigo que tenía el ser humano, más que la muerte concertada como la suya. Sin embargo, había logrado apartar la tristeza ese día.
Como mozo de cuadras se había encargado del carruaje que ese día salía rumbo a la ciudad, pero no había podido ir en él. A la vuelta, a Mikka se le había caído una cinta de una sombrerera. Xiel había tenido intención de devolvérsela cuanto antes, pero no había sido así. Se la había puesto en la cabeza, con un lazo mal hecho. Le había gustado. Era de un color parecido al cielo, con reflejos blancos a la luz del sol invernal. Al final se la había quedado sin remedio, creyendo que esa chica tendría muchas más y no la echaría en falta.
Así había sido su mañana y tarde, sin sobresaltos y con un nuevo regalo que guardaba en el bolsillo de su chaqueta. No había pedido más, era suficiente para todo el resto de la tarde. Las nubes comenzaban a tapar el cielo y la puesta de sol, llenando todo de una fría aura. Xiel estaba acostumbrado al frío de las calles y no tuvo ningún reparo en salir a los jardines y caminar por ellos sin hacer nada en especial.
A pesar de ser invierno no había nevado por el momento, todo estaba con tonalidades marrones. Los arbustos habían perdido su abrigo de primavera, se habían quedado desnudos ante la mano de cualquier que quisiera hacerles daño. Xiel caminaba con las manos en los bolsillos, la oscuridad se cernía sobre él como un gato se agazapaba ante su presa, esperando el momento para engullirla sin hacer ningún tipo de ruido.
Entre la maleza seca, los pasos del muchacho quebraban ramas y hojas secas, restos muertos de antiguas vidas llenas de color y esplendor. Si Xiel estuviera en el pleno uso de sus poderes, cada paso suyo dejaría un manto verde y vigoroso, devolviendo la vida que poseía. Pero el joven aun no tenía su don, sólo habían pasado cinco días desde que su cometido había empezado a tejerse en un tapiz demasiado corto para su gusto.
Cuando la oscuridad poseyó el cielo, él andaba por uno de los jardines más largos, buscando la salida para volver a su cuadra y dormir, sería una noche fría y agradable entre sus queridas mantas, esas que había atesorado en cuanto llegó allí. Pero el camino era igual al resto, todos los árboles se parecían, todo le indicaba que estaba dando vueltas al mismo sitio sin darse cuenta. Intentó mantener la cabeza en su sitio, si se agobiaba no podría salir de allí tan rápido como hubiera deseado.
Tras conseguir trazar un plan para salir de su pequeño laberinto privado, empezó a andar contando los giros y vueltas, logrando avanzar por distintos caminos hasta que en uno se chocó contra la espalda estrecha de alguien y cayó de espaldas sobre el frío suelo, este crujió y alguien se dio la vuelta.
Los ojos verdes de Mikka brillaron en la penumbra. Se había asustado al sentir el golpe, pero ver a Xiel había logrado calmar parte de su sorpresa.
No esperaba encontrarse con nadie esa noche, no era su intención ser descubierta, ni siquiera por el mozo de cuadras. Ella tenía planes más interesantes para esa noche. Lucía un vestido morado y blanco, elegante. Xiel hubiera jurado que si no fuera por sus ojos tan verdes no la hubiera reconocido, pero lo había hecho. Cuando se puso en pie para recomponerse del golpe se dio cuenta de que era más alto que ella, solo unos centímetros separaban sus cabezas. Inconscientemente se echó hacia atrás y bajó la mirada para que no se notara que observaba de forma bastante descarada a esa chica. Sabía que esa noche no iba a salir nadie, siempre tenía el carro listo de antemano y esa vez todos dormían o estaban en sus habitaciones. Se preguntaba qué hacía Mikka vestida de esa manera y en el jardín.
–No miraba –se disculpó Xiel manteniendo su postura–. Está muy guapa, señorita Mikka.
Ella sonrió sin darse cuenta. Al vestirse se había visto bella, pero se alegraba de comprobar por ella misma que su conjunto había sorprendido a aquel chico. Pero no tenía tiempo para cumplidos y halagos, aún tenía que salir a las frías calles para ir a un baile, uno al que no habían invitado a su familia. Ella entraría con otro nombre gracias a un noble amigo suyo, pero escapar de casa no era tan fácil como había pensado.
Miró a Xiel y su sonrisa se transformó en una más amplia al pensar en el plan. Rápidamente se puso a su lado y enganchó su brazo al del muchacho.
–Tú has estado viviendo en las calles, ¿no? –preguntó tirando ligeramente para que anduviera a su paso. La pregunta no le gustó al muchacho, aunque obedeciera su silenciosa orden de caminar. Planeaba algo y lo notaba, le estaba utilizando para salir de esa casa.
–Hasta hace seis días –respondió conteniendo el aliento–. ¿Por qué lo pregunta?
–Tengo que salir, no conozco bien las calles por las noches y temo perderme. Así que si tú me llevas haré que aumenten su salario y tus comidas.
Chantaje, frío chantaje. Xiel creía que Mikka no era así, pero estaba equivocado. Todos buscaban lo mismo, buscaban aprovecharse de él para divertirse o salir, o las dos cosas a la vez. Pero veía la impaciencia y los nervios en los ojos verdes de la chica. Era la primera vez que Mikka desobedecía a su padre y se iba por la noche sin avisar a nadie, se notaba en el fuerte agarre al brazo de Xiel.
–¿Queréis que salga de la casa? ¿Y si decido no volver? –inquirió el joven caminando hacia la salida–. Vuestro padre cree que me escaparé, ¿vos no lo piensa así?
–Puede que lo hagas... Yo si pudiera ya me habría escapado de esta casa hace mucho tiempo –respondió Mikka, sorprendiendo a Xiel, mientras abría una pequeña puerta que estaba oculta tras unos arbustos–. Pero no puedo no volver..., la tumba de mi madre está aquí...
Xiel se mantuvo en silencio mientras andaban por la calle apenas iluminada por unas tristes farolas que desprendían su luz opaca hacia el suelo. Él no había quería tocar ese tema, no tenía intención de saber nada de los padres de los mellizos. Ahora se daba cuenta de la razón por la que Nash no recibía su comida cuando estaba enfermo o por la que Mikka se escapaba de casa. Ellos solo poseían un padre autoritario que no llegaba a preocuparse de ellos, solo del bienestar de su fortuna.
La sangre del muchacho hirvió dentro de sus venas y frunció los labios para mantener la boca cerrada y no hacer un comentario que pudiera espantar a esa chica.
–Pero tengo que ir a este baile, si logro colarme y parecer lo suficiente rica en algún momento un hombre con gran fortuna podrá pedirme la mano. ¿No sería fantástico? Así no perdería la casa y a mi madre –continuó explicando la muchacha con mirada soñadora mientras sonreía con tristeza.
–Creía que Nash heredaría la casa como hijo varón –comentó Xiel.
–También es el primogénito... Nació el primero y tiene ese derecho sobre mí. Me daría igual si la heredase él, es mi hermano –suspiró Mikka pensativa–. Pero no creo que pueda llegar a heredarla en el futuro.
El joven permaneció en silencio otro largo rato. Pensaba en sus palabras, enseguida encontró la explicación pero no quiso expresarla en algo. Nash moriría joven, antes de que su padre pudiera pasarle sus bienes y con ello la casa donde se habían criado los dos hermanos. Entonces entendió como Mikka se sentía tan eufórica por tener un matrimonio concertado, estaba dispuesta a sacrificarse para mantener esa mansión de piedra y grandes jardines. Había aceptado que el amor no estaría de su parte, puede que su futuro marido lograra enamorarla con el tiempo, pero ella no creía ni pensaba en el amor, pensaba en otro tipo de sentimiento.
Cuando se detuvieron, Xiel miró los grandes jardines que se abrían ante ellos, con rapidez un hombre pasó el nombre de Mikka a un papel y la invitó a entrar a la fiesta. Xiel se quedó fuera de la valla esperando. Estaba tan metido en la música del vals que cuando sintió el beso en la mejilla se giró de golpe para ver a Mikka sonriendo.
–Gracias por traerme, muchas gracias.
–Esperaré aquí a que vuelvas –murmuró el muchacho señalando una escalera–. Ni se te ocurra irte sin mí.
–Solo me iré si encuentro a un príncipe con el que volver en carroza –respondió con aire soñador mientras pasaba de nuevo ante la valla–. ¡Deseamos suerte!
Xiel le deseó la suerte que podía desear en esa situación. Se sentó en las escaleras y miró el jardín iluminado, algunas parejas andar y besarse a escondidas. Él nunca había besado a nadie, mucho menos ido a ese tipo de fiestas y dudaba que pudiera estar más cerca.
Se tocó los labios y miró su querida luna, un poco más blanca que el día anterior. Deseó en silencio que Mikka encontrara el amor de su vida y no a un noble rico.
Deseó poder ir y bailar por primera vez.
El muchacho se había sorprendido yendo a caballo por los alrededores, montando a Black para que no perdiera la costumbre, como el día antes había prometido Ciara a su dueño. Todavía le resultaba raro tener dos personas dentro de sí mismo, en realidad ser mujer no era tan malo, había conocido a un Nash encantador. El problema estaba en que una vez había empezado a trabajar como un hombre no podía cambiar, le echarían de inmediato y por raro que pareciera no quería irse, no aun, no sin saber qué sería de Nash.
En dos días había cogido cariño a ese joven de mirada triste y rota. No poder ver, le parecía el mayor castigo que tenía el ser humano, más que la muerte concertada como la suya. Sin embargo, había logrado apartar la tristeza ese día.
Como mozo de cuadras se había encargado del carruaje que ese día salía rumbo a la ciudad, pero no había podido ir en él. A la vuelta, a Mikka se le había caído una cinta de una sombrerera. Xiel había tenido intención de devolvérsela cuanto antes, pero no había sido así. Se la había puesto en la cabeza, con un lazo mal hecho. Le había gustado. Era de un color parecido al cielo, con reflejos blancos a la luz del sol invernal. Al final se la había quedado sin remedio, creyendo que esa chica tendría muchas más y no la echaría en falta.
Así había sido su mañana y tarde, sin sobresaltos y con un nuevo regalo que guardaba en el bolsillo de su chaqueta. No había pedido más, era suficiente para todo el resto de la tarde. Las nubes comenzaban a tapar el cielo y la puesta de sol, llenando todo de una fría aura. Xiel estaba acostumbrado al frío de las calles y no tuvo ningún reparo en salir a los jardines y caminar por ellos sin hacer nada en especial.
A pesar de ser invierno no había nevado por el momento, todo estaba con tonalidades marrones. Los arbustos habían perdido su abrigo de primavera, se habían quedado desnudos ante la mano de cualquier que quisiera hacerles daño. Xiel caminaba con las manos en los bolsillos, la oscuridad se cernía sobre él como un gato se agazapaba ante su presa, esperando el momento para engullirla sin hacer ningún tipo de ruido.
Entre la maleza seca, los pasos del muchacho quebraban ramas y hojas secas, restos muertos de antiguas vidas llenas de color y esplendor. Si Xiel estuviera en el pleno uso de sus poderes, cada paso suyo dejaría un manto verde y vigoroso, devolviendo la vida que poseía. Pero el joven aun no tenía su don, sólo habían pasado cinco días desde que su cometido había empezado a tejerse en un tapiz demasiado corto para su gusto.
Cuando la oscuridad poseyó el cielo, él andaba por uno de los jardines más largos, buscando la salida para volver a su cuadra y dormir, sería una noche fría y agradable entre sus queridas mantas, esas que había atesorado en cuanto llegó allí. Pero el camino era igual al resto, todos los árboles se parecían, todo le indicaba que estaba dando vueltas al mismo sitio sin darse cuenta. Intentó mantener la cabeza en su sitio, si se agobiaba no podría salir de allí tan rápido como hubiera deseado.
Tras conseguir trazar un plan para salir de su pequeño laberinto privado, empezó a andar contando los giros y vueltas, logrando avanzar por distintos caminos hasta que en uno se chocó contra la espalda estrecha de alguien y cayó de espaldas sobre el frío suelo, este crujió y alguien se dio la vuelta.
Los ojos verdes de Mikka brillaron en la penumbra. Se había asustado al sentir el golpe, pero ver a Xiel había logrado calmar parte de su sorpresa.
No esperaba encontrarse con nadie esa noche, no era su intención ser descubierta, ni siquiera por el mozo de cuadras. Ella tenía planes más interesantes para esa noche. Lucía un vestido morado y blanco, elegante. Xiel hubiera jurado que si no fuera por sus ojos tan verdes no la hubiera reconocido, pero lo había hecho. Cuando se puso en pie para recomponerse del golpe se dio cuenta de que era más alto que ella, solo unos centímetros separaban sus cabezas. Inconscientemente se echó hacia atrás y bajó la mirada para que no se notara que observaba de forma bastante descarada a esa chica. Sabía que esa noche no iba a salir nadie, siempre tenía el carro listo de antemano y esa vez todos dormían o estaban en sus habitaciones. Se preguntaba qué hacía Mikka vestida de esa manera y en el jardín.
–No miraba –se disculpó Xiel manteniendo su postura–. Está muy guapa, señorita Mikka.
Ella sonrió sin darse cuenta. Al vestirse se había visto bella, pero se alegraba de comprobar por ella misma que su conjunto había sorprendido a aquel chico. Pero no tenía tiempo para cumplidos y halagos, aún tenía que salir a las frías calles para ir a un baile, uno al que no habían invitado a su familia. Ella entraría con otro nombre gracias a un noble amigo suyo, pero escapar de casa no era tan fácil como había pensado.
Miró a Xiel y su sonrisa se transformó en una más amplia al pensar en el plan. Rápidamente se puso a su lado y enganchó su brazo al del muchacho.
–Tú has estado viviendo en las calles, ¿no? –preguntó tirando ligeramente para que anduviera a su paso. La pregunta no le gustó al muchacho, aunque obedeciera su silenciosa orden de caminar. Planeaba algo y lo notaba, le estaba utilizando para salir de esa casa.
–Hasta hace seis días –respondió conteniendo el aliento–. ¿Por qué lo pregunta?
–Tengo que salir, no conozco bien las calles por las noches y temo perderme. Así que si tú me llevas haré que aumenten su salario y tus comidas.
Chantaje, frío chantaje. Xiel creía que Mikka no era así, pero estaba equivocado. Todos buscaban lo mismo, buscaban aprovecharse de él para divertirse o salir, o las dos cosas a la vez. Pero veía la impaciencia y los nervios en los ojos verdes de la chica. Era la primera vez que Mikka desobedecía a su padre y se iba por la noche sin avisar a nadie, se notaba en el fuerte agarre al brazo de Xiel.
–¿Queréis que salga de la casa? ¿Y si decido no volver? –inquirió el joven caminando hacia la salida–. Vuestro padre cree que me escaparé, ¿vos no lo piensa así?
–Puede que lo hagas... Yo si pudiera ya me habría escapado de esta casa hace mucho tiempo –respondió Mikka, sorprendiendo a Xiel, mientras abría una pequeña puerta que estaba oculta tras unos arbustos–. Pero no puedo no volver..., la tumba de mi madre está aquí...
Xiel se mantuvo en silencio mientras andaban por la calle apenas iluminada por unas tristes farolas que desprendían su luz opaca hacia el suelo. Él no había quería tocar ese tema, no tenía intención de saber nada de los padres de los mellizos. Ahora se daba cuenta de la razón por la que Nash no recibía su comida cuando estaba enfermo o por la que Mikka se escapaba de casa. Ellos solo poseían un padre autoritario que no llegaba a preocuparse de ellos, solo del bienestar de su fortuna.
La sangre del muchacho hirvió dentro de sus venas y frunció los labios para mantener la boca cerrada y no hacer un comentario que pudiera espantar a esa chica.
–Pero tengo que ir a este baile, si logro colarme y parecer lo suficiente rica en algún momento un hombre con gran fortuna podrá pedirme la mano. ¿No sería fantástico? Así no perdería la casa y a mi madre –continuó explicando la muchacha con mirada soñadora mientras sonreía con tristeza.
–Creía que Nash heredaría la casa como hijo varón –comentó Xiel.
–También es el primogénito... Nació el primero y tiene ese derecho sobre mí. Me daría igual si la heredase él, es mi hermano –suspiró Mikka pensativa–. Pero no creo que pueda llegar a heredarla en el futuro.
El joven permaneció en silencio otro largo rato. Pensaba en sus palabras, enseguida encontró la explicación pero no quiso expresarla en algo. Nash moriría joven, antes de que su padre pudiera pasarle sus bienes y con ello la casa donde se habían criado los dos hermanos. Entonces entendió como Mikka se sentía tan eufórica por tener un matrimonio concertado, estaba dispuesta a sacrificarse para mantener esa mansión de piedra y grandes jardines. Había aceptado que el amor no estaría de su parte, puede que su futuro marido lograra enamorarla con el tiempo, pero ella no creía ni pensaba en el amor, pensaba en otro tipo de sentimiento.
Cuando se detuvieron, Xiel miró los grandes jardines que se abrían ante ellos, con rapidez un hombre pasó el nombre de Mikka a un papel y la invitó a entrar a la fiesta. Xiel se quedó fuera de la valla esperando. Estaba tan metido en la música del vals que cuando sintió el beso en la mejilla se giró de golpe para ver a Mikka sonriendo.
–Gracias por traerme, muchas gracias.
–Esperaré aquí a que vuelvas –murmuró el muchacho señalando una escalera–. Ni se te ocurra irte sin mí.
–Solo me iré si encuentro a un príncipe con el que volver en carroza –respondió con aire soñador mientras pasaba de nuevo ante la valla–. ¡Deseamos suerte!
Xiel le deseó la suerte que podía desear en esa situación. Se sentó en las escaleras y miró el jardín iluminado, algunas parejas andar y besarse a escondidas. Él nunca había besado a nadie, mucho menos ido a ese tipo de fiestas y dudaba que pudiera estar más cerca.
Se tocó los labios y miró su querida luna, un poco más blanca que el día anterior. Deseó en silencio que Mikka encontrara el amor de su vida y no a un noble rico.
Deseó poder ir y bailar por primera vez.
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