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martes, 9 de septiembre de 2014

Relato: El mundo de mis sueños.


Y me encerré en mi cuarto tras un día más en mi vida. Todos eran iguales, las personas no cambiaban, los lugares tenían ese aspecto estático que empezaba a odiar con toda mi alma.
Daba igual el desorden aparente; las zapatillas y mochila en el suelo, la chaqueta en el respaldo de mi silla... Era mío, era mi lugar, donde yo misma había decidido quedarme, vivir, crecer interiormente sin preocuparme por el ruido exterior.
Sin pensarlo apago a luz y dejo que la oscuridad lo envuelve todo... Y aparecen, pequeños puntos en el techo, estrellas que me pusieron cuando era pequeña y que siguen allí, tras tantos años y cambios. Me tumbo en la cama y las miro, una a una y luego en conjunto. Hago con mi dedo la forma de las constelaciones que un día alguien me enseñó y sé que son especiales por ese mismo hecho.
Cuando ya las he contado, memorizado y aborrecido por esa noche, cierro los ojos. Tras mis párpados los puntitos siguen, pero ya no son los mismos, ahora están en mi, a mi lado.
Empieza a llegar lo que tanto ansío durante el día, la hora de soñar con ese mundo. Podrían llamarme loca, podrían tacharme de rara, me daba igual. Con los ojos cerrados y mis pensamientos alejados empiezo a soñar...
Al principio es sólo una luz en el centro, blanca y brillante que poco a poco crece, baila en las tinieblas. Me acerco y empiezo a descubrir un prado verde con florecitas de colores que se abren a mi paso y que juegan con mis pies descalzos. No tardo mucho en ver la cascada y los árboles, no he visto que hay tras las montañas ni las nubes, tampoco me importa. Tengo la loca teoría de que son más mundos de personas ajenas, pero si ellos son como yo no querrán que les invada alguien que no conocen, así que me quedo allí, a orillas del lago de agua helada y pura donde puedo verme los ojos y ya no son los mismos tristes que tenía esa mañana, son nuevos, de una chica nueva, o tal vez la real, no lo sé... A mi me gustan, como todo en ese mundo.
Me tumbo y miro el cielo sin rastro de nubes salvo las que me rodean. Allí nadie me molesta ni yo molesto, soy una más. Me quedo de medio lado, con un brazo bajo mi cabeza y acarició la hierba fresca y mullida. Y ahí veo la primera señal de vida, una mariposa que se posa en mi mejilla. Sus patitas me hacen cosquillas, sus alas acarician mis pómulos como si fueran pestañas de algodón, largas y brillantes. Cerró los ojos y sonrío porque mientras en el mundo real no soy nadie aquí lo soy todo, en mi mundo privado, el mundo de mis sueños.



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